
Cuando la bombilla fabricada por Edison comenzó a comercializarse tenía una duración de 1.500 horas. Unos años después, en 1924, otros fabricantes anunciaban lámparas con una duración de 2.500 horas. Hoy en día, sin embargo, una bombilla incandescente convencional tiene aproximadamente unas 1.000 horas de vida, lo que supone, aproximadamente, un año de uso. Es decir, casi 200 años después, con todos los avances que se han producido en el ámbito de la ciencia y la tecnología, no solo no utilizamos bombillas mejores sino que las actuales se estropean antes que las pioneras.
También hace varios años, los fabricantes de aparatos eléctricos presumían de lo mucho que duraban sus electrodomésticos. Competían entre ellos por qué aparato tenía más garantía y duraba más, de tal manera que más años eran sinónimo de mejor producto. Llegó un momento, sin embargo, en que la garantía dejó de protagonizar los anuncios, y ahora los consumidores más veteranos se cansan de repetir la misma sentencia: antes, las cosas duraban más.
Gran parte de los productos que compramos en la actualidad parecen hechos para que dejen de funcionar pasado un determinando tiempo. De esta forma, sus fabricantes obligarían al consumidor a comprar un producto nuevo, incrementando sus ingresos y, por tanto, sus beneficios.
Esa programación del fin de la vida útil de un producto se denomina obsolescencia programada o planificada y no solo perjudica a nuestro bolsillo sino que pone en peligro la sostenibilidad del planeta al suponer un derroche constante de recursos.
Pero, la obsolescencia programada es sólo un aspecto de la durabilidad de los productos. La falta de piezas de repuesto y la escasa tradición de fabricar con componentes facilmente desmontables que faciliten la reparación, forman parte también de los obstáculos que impiden alargar la vida útil de los dispositivos. La Organización de Consumidores y Usuarios (la OCU) así lo indicó en su artículo “Diseñados para no durar demasiado”, publicado en febrero de 2015 en la Revista OCU-Compra Maestra nº 400. En esta publicación ponía varios ejemplos que utilizan los fabricantes para que un producto quede inservible antes de tiempo y que parezca un accidente, son medidas que provocan la muerte prematura de los productos. Algunas de ellas:
-Impresoras que llevan un software que hace saltar un código de error al cabo de determinado número de copias. O impresoras que si no le ponemos el cartucho de su marca, rechazan imprimir o se declaran agotadas rápidamente a pesar de que tengan tinta suficiente.
-En algunas prendas de vestir se ponen cremalleras de pobre calidad, con espirales de plástico o dientes de metal que se rompen o desgastan. Y cambiarlas o bien es difícil o resulta caro, o ambas cosas.
-Pequeños electrodomésticos, como algunas batidoras que tienen piezas de plástico de pobre calidad y que son cruciales para que durasen años.
-El Iphone: algunas de sus reparaciones serían muy sencillas si no fuera por la imposibilidad de abrir la carcasa, remachada con tornillos pentalobulares para los que no sirven destornilladores comunes.
-Y lo demostró en el caso de las lavadoras. La OCU realizó un estudio en colaboración con las organizaciones de consumidores de Bélgica, Italia y Portugal. Y cuyos resultados no dejan de sorprender, y que el lector puede consultar con más detalle en la Revista OCU-Compra Maestra nº406, de septiembre de 2015.
El objetivo de esta investigación era conocer cuál era la vida útil de la lavadora. Para valorar la durabilidad de las lavadoras sometieron 24 aparatos de las principales marcas a una prueba de resistencia. Los resultados obtenidos fueron mediocres revelando que el aspecto de durabilidad no estaba entre las prioridades de la mayoría de marcas.
Sólo 1 de las 24 lavadoras analizadas superó con nota las pruebas de resistencia. El resto es muy posible que tenga que afrontar alguna reparación durante su vida útil. El experimento demostró que las piezas se desgastan muy rápido: la mitad de las lavadoras analizadas presentaron ese problema. De hecho, cuatro modelos sufrieron averías antes de terminar la prueba de desgaste.
Cuando la durabilidad falla, la reparación es vital, sin embargo este estudio evidenció que tampoco son fáciles de reparar: casi todas las lavadoras carecen de información que facilite la labor del servicio técnico. Además muchas no precisan el tipo de avería sufrida, lo que encarece las operaciones de reparación.
Para la OCU se puede fabricar mucho mejor. Las lavadoras son cada año más eficientes, y más caras, pero las mejores tecnologías no se trasladan a su durabilidad. Aun sabiendo que pueden fabricarse con más calidad, como lo demuestran los excelentes resultados de la marca LG, que superó la nota con creces. Y esto se debería hacer extensible al resto de electrodomésticos.
Desde cualquier punto de vista la obsolescencia programada es una pésima idea: resulta ruinosa para la economía personal, un suicidio para el medio ambiente y técnicamente tampoco se sostiene dado los avances en la ciencia moderna de los materiales, el progreso tecnológico…Además es una forma de fraude.
Desde la Organización de Consumidores y Usuarios se solicita que:
-La garantía legal de dos años es muy corta para productos que suponen una fuerte inversión, como un frigorífico o un coche. En estos casos el periodo de garantía debe alargarse, lo que empujará al fabricante a cuidar más su producto.
-Al igual que las bombillas indican su vida media estimada en horas, los electrodomésticos y los aparatos electrónicos deberían venderse con una cifra de referencia calculada por un método estándar: tantos lavados, tantas copias, tantos kilómetros, etc.
-Debería proporcionarse al consumidor información relativa a las posibilidades de repararlo, al tiempo durante el que habrá piezas de repuesto, el impacto que ha tenido su fabricación y a las posibilidades de reciclarlo.
-Además deberían promulgarse normas para que los productos sean duraderos y perseguir el mal diseño deliberado. La legislación francesa trata la obsolescencia programada como un modo de fraude. Sin embargo en España, no se prevén sanciones en caso de que las empresas utilicen prácticas relacionadas con la obsolescencia programada, a pesar de que uno de los objetivos principales debería ser asegurar a los consumidores la calidad de los productos comprados, evitando al mismo tiempo la generación innecesaria de residuos. Tampoco se impone a los fabricantes una ampliación del periodo legal mínimo obligatorio de dos años de garantía como fórmula eficaz capaz de evitar este tipo de prácticas, ni se exige que el embalaje de los productos sea realizado con materiales reciclados.
*Imagen de Flickr bajo licencia Creative Commons by michael kudela
Deja una respuesta