
Desde hace un tiempo, los europeos nos hemos instalado en la primera mitad del siglo pasado. El racismo y la xenofobia están a la orden del día, para muestra las multitudinarias trifulcas entre “aficionados” de diferentes países en la Eurocopa de Francia. El nacionalismo vuelve a campar a sus anchas, casos como los de Escocia, Flandes y Catalunya, son ejemplo. Y, por si fuera poco, la aparición y/o auge de partidos populistas que recogen las diferentes actitudes de los grupos perdedores del proceso globalizador.
No debemos asombrarnos, el bajo crecimiento de la renta media de las clases trabajadoras y el aumento de la desigualdad dentro de los países europeos, como consecuencia del tipo de globalización económica que se ha llevado a cabo, están actuando como combustible, como muchos expertos afirman[i], para el crecimiento de estos nuevos-viejos conflictos.
Aunque algunos autores consideran la crisis del 2007 como la causa que ha originado todos los males, una breve visita a los datos que nos ofrece el Eurostat nos muestran algo que es incontestable: “La crisis simplemente ha dejado en evidencia lo que realmente estaba sucediendo”.
Si tomamos el manido Índice de Gini (0 sociedad igual, 100 máxima desigualdad) veamos los resultados:
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Tabla 1. Elaboración propia. Datos Eurostat
Después de 20 años, los valores del índice son muy similares a los que arrojaba en un principio. Y no pensemos que el problema reside en el indicador, si escogemos el famoso S80/S20 nos dice lo mismo. Las veces que el quintil más rico posee la renta del quintil más pobre muestra a las claras que la polarización social no son cosa del presente, sino que
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Tabla 2. Elaboración propia. Datos Eurostat.
Las mismas instituciones que nos obligan a “recortes” en gastos sociales, que han obligado a países a hacer más pobres a sus ciudadanos, las mismas que nos dan lecciones morales sobre cómo debemos ser los países del Sur, esas mismas, son las que han sido incapaces de evitar llegar a este punto en el que nos encontramos.
A medida que la Globalización neoliberal ha ido dejando atrás al fantasma del Muro, su fiereza se ha ido revelando como una de sus características más importantes. El libre movimiento de capitales y la internalización de las cadenas productivas de las grandes transnacionales han sido, y están siendo, letales para el bienestar de los ciudadanos europeos. La desigualdad intra-país entre aquellos trabajadores cualificados y aquellos sin cualificación ha aumentado. Las grandes empresas prefieren a trabajadores no cualificados de otras zonas del mundo, mucho más baratos. Este proceso, de principios del XXI, generó un ejército de reserva que ha actuado como lastre en la evolución de los sueldos. Podemos apreciar como el porcentaje de personas en riesgo de pobreza se ha comportado de forma negativa en nuestras sociedades:
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Tabla 3. Elaboración propia. Datos Eurostat.
Cuando pensamos en el desarrollo solemos suponer que todos vamos a mejor, en cambio, el porcentaje de personas que vive con menos del 60% del ingreso mediano es mayor ahora que hace veinte años. Además, el esfuerzo de los estados por reducir este porcentaje se está plasmando en las arcas públicas y no tanto en el resultado de esta disminución.
La autonomía de los países para aplicar políticas adecuadas para solventar estas situaciones se ve limitada. La necesidad de reducir el número de parados obliga a los estados a hacerse “atractivos” para captar flujos de inversión internacional. Pero esta necesidad se convierte en desgracia cuando se requiere reducir los estándares laborales y eximir del pago de impuestos a estas inversiones. Un ejemplo lo estamos viviendo ante la posibilidad de captar a grandes corporaciones que abandonen el Reino Unido. Unos por mantenerlas y otros por captarlas, han empezado una subasta a la baja bastante degradante. Algunos discursos que nos están llegando son los que afirman que la desigualdad se reduce creando empleo, y no es del todo cierto, y esconde la incapacidad de la política a nivel estado para revertir estas tendencias.
Todo este proceso se ha agudizado con la crisis. Pero no piensen que cuando pase ésta todo va a volver a su estado primigenio. Este es el nuevo modelo mediante el cual el sistema capitalista va a generar los nuevos beneficios para su reproducción. Y será así en la medida que los representantes de los ciudadanos no asuman su responsabilidad de representarlos. Pero también será así en la medida que las grandes multinacionales no asuman su responsabilidad social por sus impactos. Incluso será así si los grandes flujos de capitales no se rigen por principios socialmente responsables. Por último, será así mientras cada uno de nosotros no dé un paso al frente y entienda que si queremos cambiar lo que no nos gusta debemos empezar a exigir y asumir nuestras responsabilidades.
Si todo continúa igual, y siguiendo la argumentación aquí defendida, sería lógico que se iniciara un proceso en cascada de votaciones nacionales y de referéndums de independencia que canalizara el descontento social. El voto afirmativo a la salida del Reino Unido de la UE ha servido para que se empiecen a escuchar con mucha fuerza estas peticiones. Hasta el momento, a los países rescatados se les ha mantenido dentro de la UE utilizando el miedo y de forma muy poco democrática. Pero, ¿qué sucedería si fuesen Francia o Italia las siguientes?
Estamos llegando a ese punto en el que se aprecia con claridad la incompatibilidad entre los sistemas democráticos de los estados-nación con el sistema económico mundial, en su actual versión.
Como hemos afirmado al principio de este artículo toda esta evolución era previsible. Siendo así, ¿hubiera sido evitable? ¿Se evitará la implosión del proyecto europeo?
Depende de nosotros.
[i] Lean esta entrada del blog de Branko Milanovic titulada “The three middle classes and populism”.
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