
Sentada con mis hijas tomando un helado, les comenté que estaba leyendo un libro muy interesante (1) en el que explicaban cómo el ser humano había domesticado a los animales y creado rebaños. Les contaba que con las ovejas, las cosas no siempre fueron como son ahora, y que para llegar a lo que conocemos, se empezó por sacrificar a los machos agresivos – no sé si les pareció bien o mal, pero no reaccionaron – y a continuación, a las hembras curiosas. Entonces les pregunté: “¿por qué creéis que se hizo eso?”
La pequeña soltó, como si de una evidencia se tratara: “las curiosas se alejan del rebaño, a investigar”.
La frase de mi hija me hizo pensar que, los humanos, sobrevivimos y prosperamos porque tenemos esas dos cualidades, que pueden parecer contradictorias, pero que en realidad se necesitan para existir. Nos alejamos del grupo llamados por lo que todavía no existe, y es el grupo el que a la postre, lo hace real.
Hay algo intrigante en la personalidad de aquellos que hacen cosas inesperadas, así que cuando me invitaron a dar una charla a los alumnos de Deusto (San Sebastián), aproveché la ocasión para indagar sobre ello. Busqué ejemplos de individuos curiosos que plantearon lo inexistente y traté de encontrar patrones comunes entre ellos. Los llamé “grandes insensatos”. Era un ejercicio egoísta y a lo mejor un tanto infantil, pero tras el largo proceso que supuso la petición en change.org (2) para que se legislara y fomentara el uso de bancos de libros en los centros escolares sostenidos con fondos públicos y la consecución de la disposición adicional 5ª de la LOMCE, necesitaba entender qué había ocurrido y el porqué.
Antes o después, dependiendo de lo fina que tengamos la sensibilidad, todos percibimos cuándo algo no funciona, produce infelicidad, o ha dejado de ser útil, nada singular hay en ello, es la manera de enfrentarnos a ese conocimiento, lo que marca la diferencia. En mi búsqueda, contacté con dos mujeres que percibieron un problema y tomaron una decisión al respecto.
La primera fue Mónica Esteban, fundadora de Juegaterapia (3). Cuando Mónica vio el efecto que una consola de juegos, donada por quien ya no la necesitaba, producía en un niño ingresado en el hospital, tuvo claro que aquello era bueno y podía hacerse. Pidió ayuda a sus conocidos y recibió una respuesta abrumadora. Cada viernes visita la planta de oncología pediátrica de un hospital y disfruta viendo cómo el juego ayuda a los niños a superar los malos tragos, una iniciativa llevó a otra y dieron el triple salto mortal: si esos niños no podían ir al parque, el parque iría a ellos. Y en eso están, a punto de lograr su tercer “jardín de mi hospi”.
La segunda fue Gloria Iglesia, creadora del Proyecto(4) que lleva su nombre y que, por lo que he podido comprobar, recupera seres humanos. Cuando Gloria, azafata de profesión, se bajó del tren en el que había realizado un viaje maravilloso y vio que los que hasta ese momento habían sido sus compañeros de vagón, volvían a dormir a sus cartones, tuvo claro que estaba mal y que podía evitarlo. Por la casa de acogida de Gloria han pasado más de 160 personas que estaban ya desahuciadas, fuera de la sociedad y gravemente enfermas. Muchos han fallecido, pero muchos otros han rehecho sus vidas, se han desintoxicado, han vuelto a estudiar y han formado familias. Gloria para mantener su fundación hizo lo que sus acogidos le propusieron: recojamos cosas de la basura. Ahora tienen dos puntos de venta, reciben muebles, los restauran y los venden.
Ninguna de estas mujeres, tenía nada que ver con las causas que las conmovieron, ni personal ni laboralmente. Detectaron el problema casi al tiempo que decidieron cambiar esa realidad.
Ambas miraron muy cerca y pensaron lejos. Ambas se rodearon, casi sin querer, de personas creativas a las que escucharon. Ambas se toparon con muros y los rodearon gracias al apoyo de multitud de personas anónimas. Ambas se sintieron desanimadas y perseveraron, la confianza de otros, las convirtió en confiables cuando hizo falta. Ambas detectaron nuevos problemas y dieron nuevas soluciones. Ambas mejoraron la vida de los que les rodean, pero ninguna de las dos siente que haya hecho nada especial y cuando insistes en ello, simplemente te remiten a todos cuantos les ayudan cada día y se encogen de hombros. No pueden hacer otra cosa.
Hay otro relato que me gusta contarle a mis hijas: «Plantando los árboles de Kenia»(5). Es la historia de Wangari Maathai, una niña que tuvo la fortuna de ser becada y recibir educación superior en Estados Unidos. Tras completarla volvió a “su” África. Se encontró un país donde las mujeres no tenían leña para cocinar porque los cultivos extensivos de algodón habían arrasado los árboles, donde la agricultura de subsistencia producía, cada vez más, niños malnutridos, y donde los arroyos bajaban llenos de fango. Su historia es el mejor ejemplo de todo esto que os cuento. Wangari empezó por lo pequeño, por los plantones. Convenció a las mujeres y poco a poco se fueron sumando los niños en las escuelas, que los plantaban de camino a casa y los soldados de las patrullas, en sus rutas diarias. Esa mujer supo ver que el futuro de muchos pasaba por recuperar y cuidar de sus árboles. Así creó el movimiento Cinturón Verde y transformó el paisaje, la economía y el futuro de Kenia. Fue la primera mujer africana que recibió el Premio Nobel de la Paz en el año 2004.
Hay personas que imaginan una realidad distinta. Hay personas que creen en esas visiones. Las dos virtudes de la especie humana. Juntas, cambian el mundo.
(1) – “De animales a dioses” Yuval Noah Harari. Editorial Debate.
Enlace a post de Inquietanzas : “ ¿Animales o dioses?. Contadores de historias” http://www.inquietanzas.blogspot.com.es/2014/10/animales-o-dioses-contadores-de.html
(2) – Petición Change.org Libros de texto http://www.change.org/p/necesitamos-precios-justos-para-los-libros-de-texto
(3) – Juegaterapia http://www.juegaterapia.org/
(4) – Proyecto Gloria http://www.proyectogloria.es/
(5) – “Plantando los árboles de Kenia” Claire A Nívola Edtorial Juventud.
http://www.editorialjuventud.es/3936.html
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