
«El orden social funciona como una inmensa máquina simbólica
que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya«.
Pierre Bourdieu. La dominación masculina
El poder económico, político y social sigue siendo un coto reservado a los hombres. No importa que las mujeres tengan una preparación más que sobrada, los puestos de poder y decisión están ocupados, en su mayoría, por hombres. Basta ver estas imágenes para comprobarlo. Solo hombres, las mujeres no están presentes, su trabajo siempre está en segundo plano y es invisible. ¿Por qué alguien cree que no hay mujeres participando en estos encuentros, que todo lo hacen los hombres? ¿Por qué cuando hay mujeres en estos espacios se habla de ellas alabando o cuestionando su manera de vestir o su peinado?
En multitud de ocasiones los hombres han demostrado su falta de coherencia a la hora de tomar decisiones, sin embargo, el poder masculino no se cuestiona, la masculinidad hegemónica se ha normalizado de tal manera que se presenta como incuestionable.
La imagen del equipo de Trump durante el ataque a Siria
Esta fotografía corresponde al momento del bombardeo de Estados Unidos a Siria, vemos a Donal Trump rodeados de hombres, sólo una mujer en la fotografía. ¿Debemos alegrarnos al pensar que las mujeres no participaron en tan desacertada decisión? O, por el contrario, ¿debemos lamentar que más mujeres no tengan poder de decisión para cuestiones que nos afectan a todas y a todos?
La dominación masculina está tan presente en nuestra sociedad, que pasa desapercibida. Los hombres son los que toman las decisiones importantes, no importa que se equivoquen, son ellos los que siguen detentando el poder, son ellos los que siguen pactando para que la hegemonía masculina siga dominando la sociedad.
Pero, ¿por qué el poder masculino perdura? ¿Por qué los hombres siguen considerando normal ser ellos quienes toman las decisiones importantes?
A menudo me pregunto por qué los hombres no se rebelan contra un sistema que si bien les da poder y privilegios también les condiciona y limita, y les impide desarrollar otras capacidades. Dice Pierre Bourdieu que «el privilegio masculino no deja de ser una trampa y encuentra su contrapartida en la tensión y contención permanentes, a veces llevadas al absurdo, que impone a cada hombre el deber de afirmar en cualquier circunstancia su virilidad».
Son pactos, más o menos explícitos, que les aseguran un puesto o un ascenso y que la sociedad, en general, ve tan normal que ni siquiera se cuestiona. Son pactos cotidianos que, por estar normalizados, pasan desapercibidos. Dice Amorós: “Los patriarcas se dan el uno al otro la alternativa en el poder porque son iguales, o bien resultan iguales porque se dan la alternativa el uno al otro”, en definitiva, nosotras somos las pactadas. ¿Qué pasaría si las mujeres actuáramos de esa manera? No hace falta tener mucha imaginación para pensar en las críticas que recibirían quienes actuarán de esa manera y en el rechazo social que provocaría.
Resulta curioso que cuando se habla de la necesidad de imponer cuotas para eliminar la discriminación de género, se argumente en contra. ¿Acaso quienes cuestionan las cuotas consideran que los hombres que ocupan puestos de responsabilidad son los mejores? ¿No será más bien que las cuotas son ya una realidad pero a favor de los hombres?
A menudo, al debatir sobre igualdad de oportunidades, sobre feminismo, se plantea si en estos últimos años los avances han sido son significativos, si hay peligro de que retrocedamos o si el trabajo por la igualdad debemos llevarlo a cabo uniendo esfuerzos con los hombres. Los avances logrados son muchos, pero no podemos bajar la guardia, el riesgo de sufrir retrocesos es cierto. Soy de la opinión que para lograr la igualdad es necesario que mujeres y hombres trabajemos al unísono, los hombres no pueden seguir manteniéndose al margen de la injusticia que supone que las mujeres sean discriminadas por ser madres o porque puedan serlo, no pueden seguir aceptando que cobremos menos que ellos realizando el mismo trabajo, «brecha salarial de género», que haya un «techo de cristal» que impide que las mujeres lleguen a puestos de dirección y responsabilidad.
El poder masculino también se refleja en la falta de implicación de los hombres en otras áreas, como en la corresponsabilidad en los cuidados y en la violencia machista. Respecto a la primera cuestión, ningún hombre puede llamarse feminista o decir que defiende la igualdad de oportunidades mientras no comparta los cuidados. Que las mujeres cuiden no es por instinto, es un rol impuesto por la sociedad patriarcal. Respecto a la violencia de género, no se puede entender que los hombres no se rebelen cuando las mujeres son asesinadas por ser mujeres, por rebelarse contra los mandatos de género. La prostitución es otra cuestión sobre la que los hombres deben posicionarse sin ambigüedades. Los hombres compran el cuerpo de las mujeres para su satisfacción personal, como si fuera normal, como si fuera un derecho que poseen.
La dominación masculina se deja ver cada día más en esos ámbitos de los que se había mantenido apartada, uno de ellos es el feminismo. Pero ahora está bien visto declararse feminista. Cada vez son más los hombres que defienden la lucha por la igualdad de derechos de las mujeres, unos porque queda bien, otros porque creen de verdad en la igualdad; pero nos encontramos con un problema, cuando los hombres «se meten» en un debate pasan a ser, una vez más, los protagonistas. Son ellos quienes marcan la pauta, rápidamente se convierten en expertos. Vemos a menudo que basta que un hombre se declare feminista para que todo lo que haga o diga sea incuestionable y para que se considere con autoridad para opinar sobre lo que las mujeres hacemos o decimos.
Es necesario e imprescindible que los hombres tomen conciencia de que el poder no es cosa de ellos, que no han nacido con un gen que les hace superiores y les permite dominar a las mujeres, no son más fuertes ni más viriles por imponerse y mandar. Como dice Miguel Lorente: «No es la fuerza física la que lleva a someter a las mujeres, a discriminarlas, a acosarlas, a maltratarlas y a asesinarlas, sino la posición de poder que ocupan en la sociedad, y la sociedad que ocupan y hacen suya desde ese poder que se han otorgado a sí mismos».
Si de verdad los hombres quieren ser parte del cambio que el feminismo promueve, tienen que dejar de lado ese poder y ponerse en la piel de las mujeres. Una manera de hacerlo es realizar aquellas tareas que tradicionalmente han realizado, tareas que carecen de valor social y de remuneración económica adecuada. Todo aquello que realizan los hombres adquiere valor en el mercado, se torna importante. Esto que en principio tiene una connotación negativa, podría volverse positiva si los hombres, de manera consciente, comenzaran a realizar algunas tareas feminizadas, desprestigiadas, y por lo tanto mal pagadas.
El poder da satisfacciones, seguro, pero cualquier persona, en este caso cualquier hombre, con sentido de justicia social, debe dejar de utilizar el poder que le da el ser hombre y ponerse en el lugar de las mujeres, convertirse en aliado de la causa feminista sin apropiarse del espacio que por derecho corresponde a las mujeres, es decir, seguir el consejo de Kelly Temple: Los hombres que deseen ser feministas no necesitan un lugar definido dentro del feminismo. Ellos deben tomar el espacio que ya tienen dentro de la sociedad y hacerlo feminista.
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