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27 de agosto de 2021
Satisfacer las necesidades del mundo tal y como lo conocemos sin poner en riesgo las generaciones futuras. Es el difícil punto de equilibrio en el que la industria centra en la actualidad parte de sus esfuerzos, y a los que dedica cada vez más recursos. Y lo hace no solo por la necesidad de cumplir normativas nacionales y trasnacionales cada vez más exigentes, ni por la presión creciente de la opinión pública. En la sostenibilidad de la industria entra en juego otro factor esencial: la optimización de los procesos productivos.
Parte de la inversión en I+D+I de las industrias se dirige a mejorar la eficiencia, rebajar costes de producción y reducir el impacto medioambiental de su actividad. Precisamente, este último aspecto ha ido cobrando importancia en los últimos años. De hecho, en España, el sector industrial dedicó en 2019 casi 2.800 millones de euros para la puesta en marcha de medidas relacionadas con la sostenibilidad, un 6,3% más que el año anterior. Son datos facilitados por el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Retos superados, retos por alcanzar
Hoy en día, los avances técnicos y tecnológicos han permitido un elevado nivel de automatización de los procesos de la industria. Además, herramientas como sensores de líquidos o equipos de medición de nivel, presión y temperatura consiguen optimizar recursos y rebajar el gasto energético. Todo ello ha supuesto un paso importante para rebajar el impacto que la actividad industrial tiene en el entorno. Pero aún queda mucho por hacer.
Es la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible la que marca el camino a seguir y a la que la industria debe adaptarse, cambiando sus modelos de producción e introduciendo medidas correctoras en sus procesos. Para darse cuenta de la importancia que tiene, baste un dato: el tejido industrial español supone un 23,5 % del total del consumo de energía en España. A la cabeza están los sectores químico, de alimentación y metalúrgico.
La industria tiene, por tanto, la enorme responsabilidad de luchar por la sostenibilidad reduciendo emisiones y promoviendo desarrollos tecnológicos que permitan mejorar la eficiencia energética y reducir la generación de residuos. Y todo ello, sin perder competitividad.
En ese arduo trabajo, la digitalización, la adopción de los principios de la economía circular, cambios estructurales profundos y una nueva visión de los modelos de negocio son esenciales. Pero también el apoyo de las instituciones públicas.
La Estrategia Española de Economía Circular (EEEC), con horizonte en 2030, se plantea unos objetivos ambiciosos, entre ellos, la reducción en un 30% del consumo nacional de materiales en relación con el PIB o la reducción de la generación de residuos un 15% respecto a 2010.
Junto a ello se contemplan iniciativas, como la reforma de la Ley de Industria para favorecer que las empresas puedan adaptarse a la realidad y a las exigencias actuales. O un programa para impulsar la competitividad y sostenibilidad industrial con líneas de apoyo a proyectos estratégicos para la transición industrial o para infraestructuras industriales sostenibles.
Los objetivos son tan ambiciosos como es necesario alcanzarlos. Cada vez más empresas adoptan criterios de responsabilidad social, y es un sendero que no admite marcha atrás porque el futuro del planeta depende en parte de ello.
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