
José Luis Fernández Fernández
Cátedra Iberdrola de Ética Económica y Empresarial
Universidad Pontificia Comillas (ICADE)
22 de septiembre de 2020
Quien tenga algo desarrollada la capacidad de ir un poco más allá de lo obvio y sepa leer con cierta perspicacia las circunstancias del día a día, encontrará al hilo de la gestión de la crisis de la pandemia global que estamos padeciendo, una inmejorable oportunidad para extraer enseñanzas de no menor calado, cara al futuro. Y ello, a diversos niveles: de una parte, el que hace referencia al aspecto macro del problema, donde se sitúan los organismos internacionales -ONU, OMS… – y las administraciones públicas, en su variada declinación -regionales, estatales, autonómicas, locales-, encargadas todas ellas, de manera subsidiaria, de velar por el bien común. Naturalmente, será también ocasión privilegiada para que cada persona, individualmente considerada, actúe con sensatez y responsabilidad, siguiendo dócilmente las indicaciones de las autoridades encargadas de coordinar las acciones pertinentes. Y, por supuesto, también pueden aprender -y mucho- las organizaciones y las empresas.
Aquí y ahora, hic et nunc, se habrá de ver con total nitidez si quienes las dirigen van a saber estar a la altura de las circunstancias o si el puesto les viene grande. De hecho, se les está presentando una ocasión inmejorable para explicitar cuál es la forma substancial de la empresa que dirigen; cuál, su finalidad última; dónde radica la verdadera raison d’être… cuál es su misión, o lo que en los últimos tiempos -sobre todo, desde que Larry Fink, el CEO de BlackRock lo pusiera de moda- también se conoce como el propósito.
En esta coyuntura sí que va a quedar definido, de manera práctica, el concepto de Responsabilidad Social Corporativa como algo que enlaza con la esencia de la empresa y la impulsa a ir más allá de lo que la ley exige.
Ahora bien, si consigue aportarlo, ganará dinero. Y si aporta mucho valor, ganará mucho dinero. O sea, que lo primero y principal es identificar con lucidez cuál es el propio lugar de cada empresa en el mercado. Si quienes están al frente de las empresas no son ni ciegos ni miopes, sino que, ejerciendo de líderes, son capaces de desarrollar y transmitir la adecuada visión del negocio, comprenderán que la responsabilidad social, les pide ser innovadores, creativos y capaces de adelantar fórmulas proactivas para capear el chaparrón.
Cada empresa tiene un modelo de negocio y se inserta en un determinado ámbito de actividad, más o menos directamente concernido a la hora de contribuir a paliar las circunstancias negativas que la crisis sanitaria trae consigo. Por ello, actuando de manera generosa, poniendo su know -how al servicio de la comunidad, estará echando una mano de buen vecino y actuando como una auténtica empresa ciudadana.
Ahora bien, si hay un sector clave a este respecto, es el de la sanidad. De hecho, sería difícil encontrar ejemplo más elocuente de lo que significa la Responsabilidad Social en estos momentos. Las empresas farmacéuticas y los hospitales -ya sean públicos, ya de titularidad privada- no están en el concierto social para ganar dinero. Eso es, no más, lo que aparece en un primer momento a una mirada superficial; y que no refleja cabalmente la realidad. Como acabo de insinuar, dos párrafos más arriba, el beneficio económico no es más que el resultado que la empresa obtiene si consigue hacer lo que de ella se espera; y que le confiere la legitimidad social.
En efecto, las empresas -en este caso, las empresas farmacéuticas y las sanitarias– están en el mercado, formando parte del contexto social, al servicio de un bien intrínseco, para cumplir una misión específica. Y esta no es otra que la de curar a las personas que se enferman y garantizar a la sociedad unos niveles de salud adecuados. Para ello, como es el caso, adoptan la figura de empresa. Y hacen muy bien, porque, hasta la fecha no se conoce otro tipo de estructura organizativa que resulte más eficiente a la hora de coordinar la acción y las transacciones con vistas a satisfacer las necesidades concretas. Es la hora de implicarse, el momento de ejercer de forma responsable la profesionalidad y de poner todos los medios necesarios para conseguir el objetivo de frenar la pandemia. Ya se verá después cómo se reparten los costes y de qué manera se imputan los beneficios.
Porque, no cabe tampoco duda de que la magnanimidad, la generosidad y la voluntad firme y perseverante de empeñarse por el bien común acabarán trayendo sus recompensas reputacionales -e incluso económicas-, para las propias empresas. Ya escampará, no tardará en amainar la tormenta y volverá a brillar el sol. Para entonces, las empresas que se hayan distinguido, en los momentos duros, por su altruismo y su colaboración solidaria con la sociedad, cuando ésta más lo necesitaba, acabarán recogiendo el fruto maduro de una cosecha intangible de buena imagen. Volverán a ganar dinero -que las crisis no son eternas y nunca llovió que no parara-; y, sobre todo, habrán de salir reforzadas en su cultura. Y desde cimientos más sólidos, estarán en condiciones de afrontar de manera colaborativa los retos a los que nos veremos abocados en los próximos años.
Sépase, por lo demás, que, a parte del económico, hay al propio tiempo otros beneficios –el bene facere latino: hacer el bien… es tentacular y se despliega en declinaciones variadas; pues nunca el bien resulta ser un predicado plenamente saturable, sino más bien una tarea inacabada. Los que vienen insistiendo desde hace años en la pertinencia de que los gestores de las empresas y organizaciones estén atentos a la denominada Triple Bottom Line –TBL- nos viene dando buenas pistas de intelección. En efecto, en esa Triple Cuenta de Resultados, hay que anotar el beneficio económico: por supuesto. Pero también, aquel otro bien –bene– que se hace –facere-, que se realiza a favor de la sociedad, de manera oblicua, si se quiere, pero indiscutible… al buscar la legítima consecución del económico… Y todavía queda otro más. Pues, atentos al aviso shumpeteriano de la inevitable destrucción creadora, ínsita en cualquier proceso productivo en el que se hayan de combinar factores: pelar las patatas y cascar y batir los huevos para hacer una tortilla-; máxime, a la altura del partido en el que estamos, conscientes de los límites planetarios y de la sostenibilidad como gran meta de la humanidad, no procede desdeñar el beneficio que supone para el Bien Común, empeñarse por el cuidado del medio ambiente –o cuando menos, tirando de principio de no-maleficencia, no dañándolo más de lo debido-.
Quiérese decir que, junto al beneficio económico-financiero y al incremento del capital social, estaría también la optimización del capital ecológico como tarea en la agenda de las empresas y organizaciones. Desde una consideración ética del asunto, debemos todos tratar de preservar, asumiendo que no es nuestro ese capital ecológico, sino un regalo, tal vez inmerecido, de la Naturaleza –en versión laica- y de Dios –en la creyente-… del que nosotros somos meros custodios, simples administradores.
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