
Lo personal es político. Este lema de Kate Millet, referente del feminismo radical de los años setenta, es tan cierto y tantas veces repetido que puede parecer superfluo volver a señalarlo, pero cada vez se hace más necesario recordar que el poder masculino, además de en lo económico y político, se ejerce también en lo personal, en las relaciones de la vida cotidiana, en entornos de militancia política y social o en espacios en los que predominan las mujeres comprometidas con la idea de igualdad, con el feminismo. Sus acciones se toleran y se entienden.
Resulta sorprendente la alta tolerancia que existe en la sociedad con las agresiones machistas, incluso en ambientes que, por lógica, deberían tener tolerancia cero contra el predominio masculino. A lo largo de nuestra vida pocas mujeres pueden afirmar no haber sufrido ningún tipo de violencia machista, pero a menudo se encubre con eso que se ha dado en llamar ‘micromachismos’, es decir, agresiones que de tan comunes se han naturalizado.
Veamos algunos ejemplos.
- Estás en una reunión familiar y un hombre de la familia cuenta un chiste de esos que tan poca gracia nos hacen a las mujeres. Si protestas, te estás pasando, si te callas, te sientes mal.
- Asistes a un evento en el que se habla de feminismo y los hombres presentes cuestionan que las feministas se apropien del término, ellos se sienten atacados y piden comprensión. De nuevo te encuentras en la situación de respondo o lo dejo pasar. Como bien sabemos las mujeres, ellos pueden decir lo que les parezca bien, pero nosotras debemos tener en cuenta las circunstancias y ser razonables para no crear un ambiente tenso.
- En un debate un hombre te ningunea y protestas. Las mujeres presentes te dicen que no se ha dado cuenta, no le des importancia. Ese hombre no ningunea a otros hombres que participan en el debate, eso sería impensable. Invisibilizar la voz de las mujeres es tan normal que hasta las mujeres lo aceptan.
- En una reunión, que ha sido dura y se ha subido el tono, un hombre se cabrea tanto que te agrede. Él hace responsable de su actitud a la educación recibida, respondiendo tal y como se enseña a los hombres, con agresividad. Las mujeres presentes lo justifican diciendo que hay que entender la situación en la que ha llegado a estar. Implícitamente aceptar esta explicación supone culpar a la mujer implicada de la agresión. Si el entorno en el que sucede un hecho así es un entorno feminista, no puedes dar crédito a lo que oyes, has molestado tanto a ese hombre que ¡cómo no se va a enfadar, tú eres la responsable!
Podríamos seguir con muchos más ejemplos de las situaciones que las mujeres vivimos cada día, pero es obvio que la sociedad normaliza la dominación masculina, hasta el extremo de considerar ‘normal’ que los hombres reaccionen con agresividad. De las mujeres se espera que sean comprensivas, que no pierdan la compostura, que entiendan que ellos están educados en una sociedad en la que su voz debe ser la más fuerte, la última. La responsabilidad individual se diluye y se decide que el patriarcado es el culpable.
Se olvidan, quienes así argumentan, que las mujeres también han sido educadas en una sociedad patriarcal y que cada día se esfuerzan para eliminar los condicionantes que la sociedad les impone por el hecho ser mujeres. Se ensalza en los hombres su racionalidad, pero en lo cotidiano, en el espacio más privado, no se les pide que sean racionales, al contrario, se comprende su forma irracional y agresiva de responder a una situación que no pueden controlar. Se tiene en cuenta su socialización, ¡¡por favor, que somos hombres y necesitamos que nos entendáis, que nos apoyéis!!
Como bien sabemos, las mujeres tienen que esforzarse mucho más que los hombres en el mercado laboral, ya sabemos que para llegar a puestos de alta dirección, por poner un ejemplo, deben demostrar unas capacidades que a los hombres se les da por supuestas. En las situaciones que hemos comentado antes y en otras muchas del día a día, sucede lo mismo, a los hombres se les entiende, se les disculpa y se les encumbra ¡¡son hombres!!
¿Qué sucede con las mujeres implicadas? Una vez más son ellas las cuestionadas, tomen la postura que tomen. Si denuncian son unas exageradas, si deciden mantener el silencio son criticadas por no ser consecuentes con sus ideas. Con las decisiones de los hombres todo está claro, con las de las mujeres no ocurre lo mismo, siempre más exigencias, más contundencia, sin tener en cuenta sus razones, su situación anímica, personal…
¿Por qué se exige tanto a las mujeres? ¿Por qué se cuestiona siempre lo que hacen? Hay que permitir que sea cada una la que decida cuándo y dónde exponer cómo se ha sentido, cómo ha vivido el episodio que sea y decida qué actitud tomar.
Los hombres siguen dominando las esferas del poder, incluso en espacios activistas en los que las mujeres son mayoría, su imagen, su palabra cuenta más. No importa lo que digan, ellos son escuchados y tenidos en cuenta como si ser hombre garantizara la imparcialidad. El buen hacer, el conocimiento se da por supuesto cuando ellos actúan, cuando hablan. El machismo impregna la sociedad y los hombres siguen teniendo patente de corso para imponerse a las mujeres. La agresividad masculina se justifica, como dice la letra de una canción, la sociedad es la culpable.
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