
«La lengua es un cuerpo vivo en evolución constante, siempre en tránsito,
una lengua que no se modifica sólo la podemos encontrar entre las lenguas muertas.
Un ejemplo perfecto podría ser el latín, lengua muerta por definición,
imposibilitada e incapaz, por lo tanto, para la evolución y el cambio«.
«Nombra. En Femenino y en Masculino«.
La lengua es un sistema de comunicación que evoluciona constantemente, una lengua que no evoluciona termina por desaparecer, el lenguaje crea realidades y a la vez las nuevas realidades producen cambios en el lenguaje. Cuando se producen cambios en la sociedad se crean nuevas palabras para explicarlos. El cambio, pues, es algo inherente al lenguaje.
Los avances tecnológicos, por ejemplo, han hecho que muchas expresiones nuevas se hayan introducido en el lenguaje cotidiano, con la mayor naturalidad. Sin embargo, se producen muchas reticencias cuando se trata del lenguaje inclusivo. Tradicionalmente se ha utilizado el término hombre para designar a toda la humanidad y ello ha contribuido a ocultar la presencia de las mujeres y las aportaciones que han hecho en múltiples campos: literatura, investigación, política, etc. y los problemas y/o condiciones que como grupo humano han compartido.
Las mujeres han sido olvidadas a lo largo de la historia, su contribución a la cultura ha sido deliberadamente ignorada por quienes tenían la posibilidad de escribir y difundir los acontecimientos históricos. El patriarcado ha tenido cuidado de silenciar a las mujeres. Como señala Mercedes Bengoechea, «el lenguaje sirve de apoyo al sistema, no podría haberse desarrollado el patriarcado a lo largo de todos estos siglos sin contar con la herramienta del lenguaje que está ahí sustentándola».
Hablar de los hombres para designar a toda la humanidad es injusto y permite que se siga invisibilizando el papel que muchas mujeres desempeñan hoy en la sociedad. Sólo la inercia o los prejuicios permiten que se siga utilizando el masculino como neutro universal. La lengua castellana tiene múltiples recursos para nombrar a mujeres y hombres y adecuarse a los nuevos tiempos, a las nuevas realidades sociales.
Sexismo lingüístico
Se incurre en sexismo lingüístico cuando las distinciones entre mujeres y hombres se tornan jerárquicas, valorando unas sobre las otras. Culturalmente, los sistemas lingüísticos tienen una marcada óptica masculina que denominamos androcentrismo, que indica que se toma al hombre como medida de todas cosas. Eulàlia Lledó Cunill[1] dice, que el androcentrismo lingüístico: «es un forma de violencia simbólica, que también genera discriminación, porque pone límites al imaginario colectivo y al orden simbólico, puesto que limita lo pensable y lo decible«.
El sexismo lingüístico se manifiesta en muchas facetas de nuestra vida cotidiana, hablamos habitualmente de los hombres, los trabajadores, los niños, los abuelos, pretendiendo que así incluimos a las mujeres, pero si decimos las mujeres, las abuelas, queda claro que se nombra a las mujeres como categoría aparte.
La psicología ha estudiado las consecuencias para la identidad femenina de este proceso de exclusión de la lengua, de no ser nombradas, de estar semi-escondidas en las formas masculinas. La imposición del uso obligatorio y automático del masculino causa en las mujeres la negación de sí mismas, un proceso de alienación y de pérdida de identidad. No resulta difícil imaginar que esto sea plausible: debe tener implicaciones psicológicas el hecho de que toda niña o mujer se vea obligada a interpretar por el contexto si se están o no refiriendo a ellas, cuando dicen en el aula «los niños», cuando hablan de «los vascos», de los «muchachos que se examinan de selectividad», etc. (Bengoechea Mercedes, 2000).
Para comprobar si un texto incurre en sexismo lingüístico sigamos la regla de inversión, que consiste en sustituir la palabra dudosa por su correspondiente de género opuesto. Si la frase resulta inadecuada, es que el enunciado primero es sexista, debiendo en consecuencia ser cambiado. Otra forma de sexismo es qué se resalta de las mujeres y de los hombres, es habitual encontrar en la prensa comentarios sobre el peinado o la forma de vestir de las ministras. ¿Aceptaríamos estos comentarios de un ministro? Otro ejemplo, se cita a los hombres por su apellido y a las mujeres por su nombre de pila. Cuando se habla de deportistas ellos son jugadores, ellas son chicas.
Nombrar las profesiones en femenino
El uso del lenguaje inclusivo es especialmente importante cuando nombramos las profesiones. Como bien sabemos, la división sexual del trabajo impuso a las mujeres las tareas de reproducción y cuidado, dejando para los hombres las tareas de producción. Como dice Pierre Bourdieu[2]: «El orden social funciona como una inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya: es la división sexual de trabajo, distribución muy estricta de las actividades asignadas a cada uno de los sexos, de su espacio, su momento, sus instrumentos. Es la estructura del espacio, con la oposición entre el lugar de reunión o el mercado, reservados a los hombres, y la casa, reservada a las mujeres».
El espacio asignado a los hombres es el espacio de toma de decisiones, de poder, ya sea económico o político. Como consecuencia de esta distribución de funciones, cuando las mujeres se incoporan al trabajo remunerado, siguen ocupando profesiones relacionadas con la función que la sociedad patriarcal les asigna: maestras, enfermeras, limpiadoras, secretarías, etc. Estas profesiones ocupadas principalmente por mujeres tienen menos reconocimiento social y están peor remuneradas que las que se consideran profesiones masculinas. Bomberos, médicos, pilotos, arquitectos, etc.
Es evidente, que algunas de las profesiones nombradas como masculinas son actualmente ocupadas por las mujeres en igual medida que por los hombres, sin embargo encontramos que se sigue denominando en masculino cuando se habla de ellas, incluso en las comunicaciones de las administraciones, a pesar de que la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, establece como criterio de actuación de todos los poderes públicos la utilización de un lenguaje no sexista.
La UNESCO (1987), encomendó “evitar, en la medida de lo posible, el empleo de términos que se refieren explícita o implícitamente a un solo sexo, salvo si se trata de medidas positivas a favor de la mujer”.
El Consejo General del Poder Judicial (2009), acuerda concienciar de la importancia de utilizar un lenguaje no sexista. Señala que: «La importancia que tiene el lenguaje en la formación de la identidad social de las personas y en sus actitudes, motiva la necesidad de erradicar el sexismo lingüístico del lenguaje administrativo, tanto en las relaciones internas como en las relaciones con la ciudadanía. Los usos sexistas del lenguaje hacen invisibles a las mujeres e impiden ver lo que se esconde detrás de las palabras».
Las mujeres han dejado de estar limitadas a la vida doméstica, el espacio público forma parte de sus vidas y se hace necesaria la utilización del femenino para designar profesiones, ocupaciones que hoy día muchas mujeres desarrollan. Ministras, decanas, médicas, arquitectas, conductoras, etc., son palabras, que entre otras muchas, deben ser usadas para evitar el sexismo del lenguaje y para visibilizar el protagonismo que tienen las mujeres.
Cuando se denominan las profesiones en masculino se está invisibilizando a las mujeres que las ejercen o se presenta como una excepción. Las niñas y los niños interiorizan que hay profesiones para mujeres y profesiones para hombres. Esta idea está obsoleta y las Administraciones deben velar para que la división sexual del trabajo desaparezca y en ese empeño el lenguaje inclusivo ayuda a lograrlo.
Ideas erróneas sobre el lenguaje inclusivo
Quienes se manifiestan contra la utilización de un lenguaje inclusivo, no sexista y por ende quieren utilizar el masculino como genérico, basan su negativa en argumentos a los que es importante dar respuesta.
Una de estas argumentaciones es la «economía del lenguaje». Se argumenta que la comunicación debe usar el menor número de signos posibles, y, por tanto el uso de «niñas y niños», «trabajadoras y trabajadores», etc., es reiterativa y entorpece la comunicación. Esta crítica olvida que hay muchas alternativas para utilizar un lenguaje inclusivo sin caer en la reiteración. Son muchas las guías sobre lenguaje no sexista que se pueden consultar, como ejemplo proponemos «Nombra. En femenino y en masculino» editada por el Instituto de la Mujer.
Otra línea argumentativa se pregunta por qué hablar tanto de lenguaje sexista cuando sería más importante trabajar para eliminar las múltiples discriminaciones que sufren las mujeres en muchos otros aspectos. Quienes así argumentan olvidan que el lenguaje conlleva en sí mismo una discriminación al invisibilizar y minusvalorar el papel de las mujeres en la sociedad.
«Un mundo donde el lenguaje y el nombrar las cosas son del poder, el silencio es opresión y violencia«. Adrianne Rich[3].
LO QUE NO SE NOMBRA NO EXISTE
[1] Ver en: http://www.emakunde.euskadi.eus/u72-publicac/es/contenidos/informacion/pub_jornadas/es_emakunde/adjuntos/perspectiva_genero_es.pdf
[2] Pierre Bourdieu «La dominación masculina». Editorial Anagrama, Barcelona 2000
[3] Citada en: http://www.inmujer.es/fr/areasTematicas/educacion/publicaciones/serieEducacNoSexista/docs/enfemenino.pdf
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