
¿Estamos preparados para absorber el conocimiento (no la información) de la avalancha de tecnologías que están llegando: robótica, visión 3D, impresión 3 D, coches inteligentes, wearables, televisores inteligentes, NFC, beacons, realidad virtual,…?
Leer sobre ellas no es conocerlas; conocerlas es, además, saber usarlas y “exprimirlas”. Algo parecido a lo que antes escuchábamos de, cuando nos hablaban de un buen profesional “conoce su oficio”; pero es que, hoy día, cada uno de nosotros tenemos un “oficio” común: usuarios de las tecnologías de consumo, comerciales, de uso común, y el conocerlas adecuadamente tiene una influencia mucho mayor de lo que nos damos cuenta en nuestra vida diaria. Y cada vez mayor, si pensamos que toda esta tecnología de “uso común” va a quedar englobada dentro del nuevo macroconcepto tecnológico denominado “Internet de las Cosas”.
¿Seremos capaces de llegar a conocer (no sólo a “saber de” o informarnos de ellas), al menos la mitad de la tecnología que nos va a envolver en nuestro entorno, o seremos meros observadores de nuestro alrededor tecnológico? ¿Podría darse el caso que todos los aparatos a nuestro alrededor fueran más “activos intelectualmente” que nosotros, por ser capaces de cada vez más tomar decisiones por nosotros?
Vivimos en un mundo cada vez más acelerado, y eso lo sabe la industria y la empresa. Y esto tiene mucho que ver con la búsqueda de beneficios por la empresa tecnológica.
Ahora los negocios se pueden hacer en cuestión de horas, sin desplazarse, y de un lado a otro del planeta. La rapidez y eficiencia es lo que se demanda. Y lo que demanda el ciudadano y la empresa es esa rapidez. Para conseguir esa eficiencia y rapidez, la tecnología está ocupando parcelas del ser humano, automatizando muchas acciones a su alrededor. Si al ciudadano le “quitamos” trabajo, tendrá mucho más tiempo, entre otras cosas, de “consumir” más servicios.
Las ofertas ya llegan a tu móvil, no tienes que ir a buscarlas. El internet de las cosas, que estará presente en todos los ámbitos, desde el hogar, nuestra ciudad, nuestra oficina y nuestras salidas por el campo, no minan en esencia la capacidad intelectual del usuario; lo que hace es ir eliminando “el cómo” hacer muchísimas actividades cotidianas que combinan esfuerzo físico e intelectual, es decir, lo que minan es el “conocimiento” de nuestra cotidianidad.
Podría darse el caso, y no es descartable, de que dejemos de saber poner una lavadora o incluso de que dejemos de mirar a un semáforo, al acostumbrarnos a que sea nuestro terminal inteligente el que nos diga si podemos cruzar. Pero, ¿y si falla la tecnología?. ¿qué capacidad de autonomía, y de conocimiento para toma de decisiones tendremos?
El “no conocimiento” (que no información) de la tecnología, puede ser bastante peligroso. Estas tecnologías emergentes “socialmente” acumulan cada vez mayor potencial, e impacto sobre la persona y social, por lo que el riesgo de este “no conocimiento” también acrecienta las posibles consecuencias.
La propia industria empieza a ser consciente de ello, y a lanzar algunos avisos. Es el caso de lo que puede ocurrir con el desembarco masivo de la Realidad Virtual en pocos meses. “Es un medio muy poderoso, hemos de tener mucho cuidado para asegurarnos de que la gente tiene la experiencia adecuada con él», ha explicado en una entrevista con Efe durante la feria E3 de Los Ángeles, este 2015, el consejero delegado de Sony Computer Entertainment, Andrew House. Manifestaba el directivo que las tecnologías de visualización y procesamiento han llegado a un punto en el que permiten crear una «sensación de presencia» transformadora capaz de hacer creer a la mente que se encuentra en un ambiente diferente al real.
No hace falta ser muy experto para detectar las posibilidades sociales positivas de esta tecnología en campos como la educación, la cultura, la arquitectura o la rehabilitación, por ejemplo; pero tampoco hace falta ser experto para darnos cuenta de que una entrada en tromba de aplicaciones, elementos audiovisuales o juegos sin control, sin un conocimiento adecuado por parte del usuario de esta tecnología, podría llegar a generar reacciones sociales, y alteraciones psicológicas en el usuario, impredecibles. El “conocer” una aplicación o un juego, no significa conocer, sin comillas, la tecnología que la soporta, y su influencia en la persona. Cuando se prueba esta tecnología inmersiva, se puede entender lo comentado anteriormente.
El Internet of Everything (Internet de las cosas) o las conexiones entre personas, procesos, datos y objetos combinan distintas tendencias tecnológicas incluyendo vídeo, movilidad, Cloud, Big Data y comunicaciones máquina-a-máquina (M2M). El IoE formará parte del mundo físico (hogares, carreteras, supermercados, dispositivos biomédicos e incluso animales y personas) mediante sensores que generarán Terabytes (una barbaridad de datos, hablando en lenguaje común y no profesional) de información en la nueva economía de las aplicaciones. La estimación es que en 2022, las conexiones M2M podrían representar el 45% del total, mientras las conexiones persona-a-máquina (P2M) y persona-a-persona (P2P) supondrán el 55% restante.
Resulta evidente que, en este conglomerado de tecnologías y conexiones, cada ciudadano va estar inmerso en un nuevo universo vigilado, de mensajes, de nuevas formas de comunicación, de acciones automáticas y semiautomáticas que van a realizar objetos conectados en nuestro entorno, de un nuevo sistema de comercio sin dinero, de “pasos francos” en lugares públicos controlados por procesos biométricos…Nos encontramos con dos problemas, problemas muy serios.
- El “no conocimiento” por el ciudadano de las tecnologías que le van a rodear, (insisto, el estar informados de ellas no es conocerlas), le puede dejar en situaciones aparentemente más cómodas, pero también más vulnerables. Hoy en día, que estamos casi en los albores de lo que viene, todo el mundo sabe y usa las redes sociales, el whatshap, la televisión digital o una tableta… ¿pero la conoce? ¿sabe los riesgos del Facebook o del whatshap? ¿”Conoce” como personalizarlo, controlarlo y usarlo de verdad.
- Para evitar sus riesgos, y para ponerlo de verdad a su servicio. El segundo gran riesgo, que acrecienta el primero para un porcentaje significativo de la población, personas mayores y con capacidades diversas, es que nos olvidemos de la accesibilidad, y sobre todo de la usabilidad en la implementación de todos los servicios que va a generar esta nueva era tecnológica. De nada va a servir que tengamos tecnología accesible, y nos olvidemos de la usabilidad en el diseño de procesos y servicios. Esto, lamentablemente, se va a ver muy pronto en las nuevas “ciudades inteligentes” o “smart cities”. Tampoco va a servir que tengamos tecnología accesible, y la información generada en medios digitales, redes, transmitidas a través de mensajería o beacons, o el comercio electrónico, sea inaccesible.
La tecnología por sí sola no sirve para nada, su potencial aparece cuando se la conoce y cuando la conocemos, y esto incluye sus contenidos. Información no es conocimiento. “Conocerla” significa, entre otras cosas, aprovechar sus capacidades para poder ser usada en toda su plenitud por las personas y sus diversas capacidades. Es necesario generar conocimiento acerca de la tecnología de uso común.
Cuando compramos un teléfono inteligente o smartphone, es muy habitual que venga acompañado de una miniguía donde pone cómo encenderlo, algo sobre la batería, cómo cargarlo, y tres cosas más. El resto, para el manual, que ya suele estar en la nube y hay que descargarlo. La mayoría de los usuarios ni dan ese paso, y se quedan en instalar las cuatro aplicaciones comunes. Total, se quedan sin saber que su teléfono inteligente se puede configurar para usar con gestos muy sencillos, por la voz, cada vez más por mirada o detección facial, capturar una pantalla sólo pasando la mano por encima, o cambiar los tipos de letra…
Si el fabricante incluyera en su miniguía estas “opciones mágicas” para casi todos los usuarios, estoy completamente convencido que añadiría un valor social inapreciable a su producto, valor del que ya dispone pero es desconocido, reforzando su imagen y atrayendo clientes. Cuántas personas mayores, con graves limitaciones de movilidad, o intelectual, utilizarían mucho más la tecnología de uso común.
¿A nadie se le ha ocurrido incluir un archivo sonoro con estas “capacidades mágicas” de las tecnologías comerciales?. Más sencillo, imposible. Aprovéchese el fabricante y comercializador de la cada vez más comodidad congénita del ciudadano digital.
Juan Pablo Lázaro, Presidente de CEIM CEOE Madrid, manifestaba en una mesa redonda, en el último Fujitsu World Tou en Madrid: “Decimos que estamos en la era de la sociedad de la información y del conocimiento, pero creo sólo estamos en la etapa de la información, aún no hemos llegado a la del conocimiento”. O quizás, simplemente, y referido a las tecnologías, sus novedades y crecimiento acelerado, el exceso de información sobre ellas nos impide conocerlas.“Llenar el cerebro de información superflua puede ser tan malo como no ejercitarlo”. Quien lo dice también sabe algo de esto. Es el neurólogo John Medina (Seattle Pacific University, EE.UU), que advierte que “muchos problemas de memoria (y de conocimiento, añado yo) no están causados por el deterioro de las neuronas, sino por las dificultades del cerebro para bloquear el exceso de datos”.
Lo verdaderamente importante es que los ciudadanos usen (manejen) las tecnologías, no que las tecnologías usen (manejen) al ciudadano. Y para ello el conocimiento (no información de la tecnología), sus usos y riesgos, es esencial. Las Tic’s están eliminando cualidades esenciales del ser humano, como pensar, investigar, descubrir y solucionar. Y, por supuesto, leer, desgraciadamente, salvo los “titulares” de twiter. Ni tan siquiera las instrucciones de los cacharros Tic’s, para evitar estar precisamente a su merced y ser nosotros quienes las usemos de manera consciente. En cierta medida, nos estamos convirtiendo en “mentes dominadas”.
Lo importante de la tecnología no es la tecnología en sí, sino el conocimiento de ella (no la“información de” o “el saber de”), cómo usarla y “saber” para qué sirve. Que la persona “común”, es decir, fuera del ámbito profesional o científico, aprenda a utilizarla de forma que le facilite, simplifique y ayude en su vida diaria. Los fabricantes y comercializadores de las TIC debieran empezar a darse cuenta que generar conocimiento acerca del potencial y uso de sus cacharros, lo que atrae, visto desde el lado egoísta o “capitalista”, es clientes y consumidores.
Al igual que los proveedores de servicios, que debieran convertirse casi en verdaderos expertos del uso de las TIC comerciales, cada uno en su sector, para enseñar al usuario-cliente, con independencia de sus capacidades, a usarlas para, en definitiva, que les pidan más servicios. Todo esto involucraría, además, a los sectores profesionales y comerciales, en la presión para perseguir una mejora cada vez mayor en la accesibilidad y usabilidad de la propia tecnología, dándose cuenta, al interactuar como “enseñante” directamente con el cliente, de su necesidad.
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