
Economistas Sin Fronteras
8 de marzo de 2020
En los hogares de todo el mundo, se realizan diariamente múltiples tareas domésticas y de cuidado, tareas que si bien son indispensables para que los hogares y el sistema en el que vivimos funcionen no llenan titulares. Limpiar, comprar, cocinar, cuidar de personas… y gestionar que todas esas tareas encajen en el tiempo y espacio de manera adecuada, son cuestiones que se da por hecho van a realizarse y resolverse en el seno de los hogares; son tareas a las que no se les da demasiada importancia, se invisibilizan y no se valoran. Sin embargo, suponen mucho tiempo y esfuerzo y garantizan la reproducción social.
Históricamente estas actividades y responsabilidades han recaído principalmente sobre las mujeres. La razón principal la podemos encontrar en la división sexual del trabajo, una construcción social por la que se asigna a los hombres el trabajo remunerado y el ámbito del espacio público, regido por las políticas y las leyes; y a la mujer el trabajo reproductivo no remunerado y el espacio doméstico y privado regido por la moral.
Aunque se hayan dado muchos cambios en las últimas décadas, las encuestas de usos de tiempo nos muestran que la división sexual del trabajo sigue vigente y que las mujeres continúan dedicando más tiempo a las tareas domésticas y de
cuidados que los hombres, en concreto según la última encuesta a nivel estatal dos horas más al día. Las mujeres siguen estando también a la cabeza en excedencias y de las jornadas reducidas para el cuidado de familiares e hijos/as viéndose como consecuencia negativamente afectada su participación en el mercado laboral.
El acceso al empleo por parte de gran parte de la población femenina, sin que otros actores asuman las tareas y tiempos asignados a las mismas, suponen que al hablar de cuidados sea casi indispensable mencionar también al sector del
servicio doméstico, que es en muchos casos quien las asumirá de manera remunerada. La falta de valoración de las tareas que desempeñan se traduce aquí en informalidad, bajos salarios, precariedad y en la pertenencia a un régimen especial, el de las empleadas de hogar, con menos derechos que el régimen general.
En muchos casos estos puestos son cubiertos por mujeres migrantes, por eso se habla ya no solo de cadenas globales de producción, sino también de cadenas globales de cuidados: mujeres del sur global vienen a suplir las necesidades de
cuidados del norte global enfrentado a una crisis de cuidados, por no poder hacer frente a todas la demanda de cuidados de su población. Las mujeres que vienen a realizar dichas tareas, trasladan a su vez la responsabilidad del cuidado de sus propias familias bien a otras mujeres de su entorno o red familiar o bien a otra empleada doméstica. Son cuidados que van pasando de un eslabón a otro de la cadena haciendo patentes las desigualdades de clase, etnia o raza.
Por todo ello, como se viene demandando desde la Economía Feminista, hay que visibilizar cómo se resuelve la reproducción cotidiana de las personas y su importancia para el funcionamiento del sistema económico; es necesario visibilizar lo invisible, lograr que los cuidados se valoren y pasen a considerarse el eje vertebrador del sistema, que pasen de ser parte del ámbito de lo privado y lo individual a lo público y lo colectivo; romper con los roles y desigualdades de género y apostar por la corresponsabilidad, el reparto de la responsabilidad del cuidado entre todos los miembros de los hogares, las empresas, la sociedad civil y las administraciones públicas. Sólo así, con un cambio de sistema, se podrá empezar a caminar hacia una sociedad más justa y equitativa reduciendo las desigualdades de género.
A raíz del trabajo de reflexión de distintos colectivos en torno al valor de los cuidados y la corresponsabilidad realizado en el marco del proyecto “Visibilizar lo invisible”, surge este documento de propuestas para la incidencia en la ciudad de
Madrid, propuestas para lograr un Madrid que ponga los cuidados en el centro.
Deja un comentario