
Angeles Briñón
17 de enero de 2018
Todas las personas tenemos la necesidad de que nos cuiden en diferentes periodos de nuestra vida. Nacemos dependientes y, en la mayoría de los casos, dejamos esta vida dependiendo del cuidado de otras/os. Hay personas que necesitan ser cuidadas a lo largo de toda su vida y quien más o quien menos a lo largo del proceso vital precisa de cuidados especiales.
En la mayor parte de las sociedades el cuidado de las criaturas al nacer ha recaído en las mujeres, en primer lugar en la madre, pero también en la abuela, la tía, la vecina, la hermana mayor, la niñera…; los hombres se mantenían lejos de estas tareas que, si bien se alababan y ensalzaban, de hecho eran y siguen siendo consideradas «cosas de mujeres». Lo mismo sucedía con el resto de las labores de la casa, eran las mujeres de la familia las encargadas de barrer, cocinar, planchar, lavar…, atender a las personas mayores, además de atender el huerto o cuidar del ganado, cuando vivían en zonas rurales. También realizaban estas labores para otras personas, cobrando un pequeño salario del que no se hablaba, a pesar de que en muchas ocasiones era fundamental para el mantenimiento de la familia. Unas tareas que podía hacer cualquiera, para las que no era necesaria una preparación específica, las ‘amas de casa’ eran minusvaloradas a pesar de desarrollar múltiples labores, que cuando las realizan los hombres, se valoran como trabajo profesional.
Vivimos nuevos tiempos y muchas cosas han cambiado, por supuesto, pero si analizamos las condiciones de vida de mujeres y de hombres con ‘ojo crítico’ o con ‘gafas violeta’, nos encontramos con una realidad poco idílica.
Las mujeres se han incorporado de forma masiva al trabajo remunerado, pero no por ello dejan de realizar la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidados, mientras que los hombres siguen manteniéndose al margen.
Cuidar se plantea a menudo como algo idílico, se habla de lo gratificante que es cuidar a las personas de nuestro entorno, de darles cariño, afecto. Pero cuidar, no lo olvidemos, conlleva mucho sacrificio, frustraciones, renuncias; en definitiva supone dejar una parte de tu vida aparcada para cuando las circunstancias lo permitan. Cuando se mitifica el cuidado se tiende a olvidar que para dar el afecto que una persona necesita, también es necesario disponer de tiempo propio. Parafraseando a Virginia Woolf, se necesita una habitación propia para tener tiempo de asilamiento y descanso. Bien sabemos que quienes se ven inmersas en el trabajo de cuidar, raramente disponen de este tiempo de esparcimiento y relax.
Es decir, los hombres deben ser parte activa en el cuidado de criaturas desde el momento del nacimiento y de las personas mayores que necesitan atención diaria, que precisan de cuidados continuos. Es necesario que los trabajos feminizados dejen de ser realizados casi en exclusiva por mujeres.
Las mujeres actualmente tienen formación más que sobrada, ¿por qué entonces siguen siendo ellas las que principalmente se emplean en trabajos de cuidados? ¿Por qué cuando los hombres se incorporan a una profesión feminizada, su trabajo siempre se considera de categoría superior? ¿Por qué la atención a la dependencia sigue siendo un trabajo femenino? Este es un caso especialmente significativo si tenemos en cuenta que el cuidado de dependientes implica mover a personas, lo que supone un esfuerzo físico considerable; sin embargo, nunca se habla de que las mujeres no puedan o deban realizarlo, como ocurre con profesiones masculinizadas que vetan la entrada de éstas, con la justificación de que se necesita fuerza.
Los hombres que ‘cuidan’ a las mujeres
Resulta cuando menos curioso que los hombres, tan poco propensos a cuidar de las criaturas al nacer o de las personas mayores dependientes, tengan tan buena disposición a ‘cuidar’ de las mujeres. Veamos, en muchas ocasiones los hombres que controlan a las mujeres, que las humillan y maltratan, intentan justificar su postura diciendo que lo hacen porque las quieren, porque quieren protegerlas del mundo, de los riesgos que corren saliendo a la calle solas, vistiendo de determinada manera o a determinadas horas. Olvidan esos supuestos cuidadores, que son ellos, los hombres, quienes insultan, piropean, atacan y, en última instancia, golpean o asesinan porque ellas no les obedecen. Volviendo a Virginia Woolf, parece que más que pensar que las mujeres necesitan protección, son ellos los que necesitan verse como salvadores, como protectores de unas mujeres que ni desean ni necesitan ser protegidas.
Parece que no entienden que en eso de cuidar las mujeres saben mucho, que desde la cuna se les educa para dejar de lado sus necesidades y dedicarse al cuidado de los demás. Por ello saben cuidar de niñas y niños, de personas mayores y de personas dependientes y también saben cuidarse a sí mismas, no necesitan de un hombre protector. Es más, los hombres que tan preocupados parecen porque las mujeres no sean agredidas o insultadas, lo tienen fácil, deben dejar de actuar como machos protectores e incriminar a los miembros de su sexo que lo hacen. Dejar de reír las gracias sexistas, no más chistes ofensivos para las mujeres, basta de alardear de sus conquistas sexuales, muchas veces inventadas para demostrar su hombría. Dejar de presentarse con actitudes agresivas, de demostrar que son fuertes y poderosos. En definitiva, que comiencen a ser personas afables, sensibles, empáticas, colaboradoras.
Cuando los hombres desarrollen esas capacidades, que tanto alaban en las mujeres, cuando sean conscientes de que no es necesario presentarse como sus salvadores, que dicho sea de paso, no necesitan ser salvadas ni protegidas, tal vez entiendan que pueden desarrollar sus capacidades cuidadoras, que indudablemente tienen, haciéndose cargo de quienes de verdad lo necesitan, las criaturas al nacer y las personas que por sus capacidades especificas o por su edad precisan de alguien a su lado. Alguien dispuesto, en masculino porque me refiero a un hombre, a satisfacer esas necesidades básicas y afectivas que hoy hacen en exclusiva las mujeres.
Buscando soluciones
La llamada crisis de los cuidados tiene una solución fácil, que los hombres hagan su parte y que se corresponsabilicen de cuidar. Cuando esto suceda serán conscientes de las dificultades que ello conlleva y será más fácil que la sociedad en su conjunto reclame a las administraciones que se impliquen. Hay que reclamar escuelas infantiles de cero a tres años, atención adecuada para personas mayores y dependientes, ya sea en el propio hogar o en instituciones públicas y de calidad.
Para que los hombres se impliquen en el cuidado de las criaturas desde el momento del nacimiento, es imprescindible que tengan el mismo tiempo de permiso que las madres, es decir, los permisos de maternidad/paternidad deben ser iguales e intransferibles y pagados al 100%, como lleva años reclamando la Plataforma PPiiNA. La Proposición de Ley que ha elaborado lleva años esperando que los grupos parlamentarios la lleven a debate al Pleno del Congreso.
Resulta sorprendente, o no, que en varias ocasiones todos los grupos parlamentarios hayan aprobado Proposiciones de Ley en las que se demandaba al gobierno la igualdad en los permisos, pero cuando llega el momento de implicarse se echan atrás. ¿Qué temen? ¿Será que tienen miedo de los cambios, de las consecuencias que esta medida tendría? La sociedad reclama cambios estructurales, como el que plantea la PPiiNA, porque se ve cada vez más necesario un modelo de sociedad diferente, en el que las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres, en el que la igualdad sea una realidad.
Imagen: Flirck
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