Para los consumidores, cada vez más preocupados por los productos que adquieren, por su calidad, procedencia y/o transformación, las etiquetas son una de las herramientas más importantes para acceder a esa información.
También lo son para las empresas, pero por motivos bien diferentes: las etiquetas son un elemento diferenciador frente a la competencia, de ahí la imaginación y la cantidad de recursos empleados en hacerlas lo más atractivas y sugerentes posibles, con la única finalidad de llamar la atención del consumidor.
Ahora bien, el etiquetado debería ser un instrumento que aporte información valiosa a los consumidores, que les ayude a elegir un producto y sin embargo: ¿ayudan o confunden? ¿Cualquier consumidor puede interpretar la información que contienen? ¿Qué información se hace visible y cuál “se oculta” intencionadamente? ¿Qué papel juega la administración? Y ¿las empresas?
Por ley, el etiquetado[1], contiene una parte de información obligatoria y otra facultativa. Es precisamente con la información voluntaria, con la que juega la industria adaptándola en función del target.
Con respecto a la información obligatoria, a pesar de las duras negociaciones y presiones por parte de la industria alimentaria, el pasado mes de diciembre entró en vigor el Reglamento europeo de etiquetado de alimentos[2], de obligado cumplimiento para los Estados miembros. A partir de 2016 todos los alimentos procesados envasados y las bebidas, deberán indicar al detalle la información nutricional (energía, grasas, ácidos grasos saturados, hidratos de carbono, azúcares, proteínas y sal) en la parte posterior del envase y expresada por 100 g o ml. No se logró conseguir una de las reivindicaciones de las organizaciones de consumidores, que esa información se pusiera en la parte más visible, en el frontal del producto.
Otro gran triunfo de la industria alimentaria fue conseguir que, además de los datos absolutos de nutrientes por 100 g/ml, se pudieran incorporar los datos de nutrientes absolutos por ración y el tanto por ciento de Cantidad Diaria Orientativa (CDO), que al final son los datos más consultados por el consumidor medio al adquirir un producto. El truco está en el tamaño de las porciones, que lo decide el propio fabricante: cuanto más pequeño sea el tamaño de la porción, menor será el porcentaje de la CDO. Un estudio realizado en Gran Bretaña demostró que, de promedio, las personas comen porciones más grandes que las que especifican los fabricantes[3]. Además, el que cada fabricante decida el tamaño de la porción, hace muy difícil la comparación de productos.
Pero para garantizar el derecho a la salud, el consumidor debería disponer de información eficaz que le permitiera elegir adecuadamente los alimentos que vaya a consumir, de modo que la dieta que configure sea saludable.
Sin embargo, CEACCU[4] evidenció las dificultades que el consumidor encuentra en las etiquetas de los alimentos envasados para llegar a conocer las características de los productos que consume.
Desde diversas fuentes, también se denuncian incumplimientos de la normativa, como el empleo de letras “invisibles” o la inadecuada indicación de datos obligatorios.
Para llegar a estas conclusiones, esta organización de consumidores analizó minuciosamente 60 etiquetas de alimentos muy cotidianos en la cesta de la compra de los españoles como lácteos, zumos, cereales, galletas, conservas, precocinados, salsas, aperitivos, bollería o embutidos, entre otros, y ha evaluado: el contenido, el formato (tamaño de letra…) y la presentación (lugar que ocupa en el envase…) tanto de la información obligatoria (fechas, ingredientes…) como de la información nutricional en cada uno de estos productos.
¿Qué piensan los consumidores del etiquetado?
Consumolab, centro especializado en el estudio del comportamiento del consumidor, quiso identificar cómo percibe el consumidor el etiquetado de alimentos, y si valoraba el esfuerzo de transparencia e información realizado por el sector y las administraciones.
El estudio, realizado durante el mes de febrero a más de 2.500 consumidores de todo el ámbito nacional y de diversos segmentos de edad, concluye que el 61% de los encuestados reconocen que con la entrada en vigor del citado Reglamento no han percibido cambios en el etiquetado. Y además un 60% dice no poder leer bien la información. El 59% consideran que la letra es muy pequeña, el 19% que las letras están muy juntas, mientras que para el 15% no se resalta el color de la letra. El estudio indica además que la información en la que más se fijan los consumidores es la fecha de caducidad o consumo preferente, los ingredientes y la información nutricional. En lo que menos se fijan cuando leen las etiquetas son el país de origen, el fabricante o los alérgenos. Sin embargo, esto cambia en el perfil de consumidores que señala que su alimentación está condicionada por algún factor, como las alergias alimentarias..
Estos resultados demuestran que:
- Etiquetar no es algo baladí. La información de la etiqueta condiciona la acción de compra y las expectativas puestas en el producto por el consumidor.
- Hay que convertir al consumidor en el protagonista. Las empresas deberían preguntar a sus propios consumidores si entienden la información que contienen las etiquetas de sus productos. Esto no deja ser parte de una gestión socialmente responsable, la escucha activa de los grupos de interés y el atender a aquellas peticiones o necesidades que sean legítimas.
- Las etiquetas claras y sencillas son elementos que favorecen la compra del producto, la elección de una dieta equilibrada y la comunicación con los consumidores.
En el Reino Unido, conscientes de la dificultad de leer las etiquetas y de la importancia para una dieta saludable el poder entenderlas, se puso en marcha un sistema de etiquetado a través de semáforos de colores que advierten al consumidor, de manera sencilla, de cuál es la cantidad de sal, azúcar y grasa de los alimentos. En España, el grupo Eroski adoptó en sus productos el etiquetado nutricional en semáforo para sus productos.
En 2010, sin embargo, el Parlamento Europeo rechazó la propuesta del etiquetado de semáforos, a pesar de los múltiples estudios[5] que avalaron su eficacia, tras una feroz oposición de la industria alimentaria.
A cambio, se aprobó el actual sistema de porcentajes en el que las etiquetas muestran unos valores relativos, pero que no se refieren a la composición del producto sino a una complicada relación con la ingesta diaria de calorías que supuestamente una persona tiene que tomar cada día. Por ejemplo, un bote de NUTELLA[6] nos informa de que, lo que ellos consideran una porción (15 gramos) aporta el 9 por ciento del total del azúcar recomendado por día. Lo que no nos dicen es que en la composición de la Nutella, el 50% es azúcar. Un mal etiquetado, conduce al engaño y además es culpable de que el consumidor se vea expuesto a la seducción publicitaria continua. Una regulación más clara, concisa y real se hace imprescindible y eso es obligación de la administración que debería dejar al margen los intereses particulares de la industria.
[1] http://aesan.msssi.gob.es/AESAN/web/cadena_alimentaria/detalle/futura_legislacion.shtml
[2] Reglamento 1169/2011 del Parlamento Europeo y del Consejo de 25 de Octubre de 2011 sobre la información alimentaria facilitada al consumidor
[3] Church S (2008) Trends in portion sizes in the UK – A preliminary review of published information. London: Food Standards Agency.
[4] http://www.ceaccu.org/publicaciones/cuadernos/analisis-etiquetado-alimentos/
[5] Ver Kelly, B., Hughes. C., Chapman, K., Louie, JC, Dixon, H., Crawford, J., et al. Consumer testing of the acceptability and effectiveness of front-of-pack food labelling systems for the Australian grocery market.
http://www.foodwatch.org/en/what-we-do/news/the-new-british-traffic-light-label-a-case-of-foul-play/
[6] Ver Planeta Azúcar – VSF Justicia Alimentaria Global
*Imagen de Flickr bajo licencia de creative commons de Daniel Oines
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