Helena Ancos
El pasado jueves 16 de enero, la Real Academia Española (RAE) aprobó el Informe sobre el buen uso del lenguaje inclusivo en nuestra carta magna.
El informe , que fue encargado a la RAE por el anterior Gobierno -y de nuevo solicitado por la actual vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, para esta legislatura, no supone grandes cambios respecto a la ‘doctrina Bosque’ establecida en el año 2012 sobre el lenguaje inclusivo, que por ejemplo desaconseja el desdoblamiento de algunos términos -porque en los “españoles” también están incluidas las ‘españolas’- pero sí algunas modificaciones como incluir “Reina” y “princesa” pero no “ministra” o “niña”.
Desde la RAE justifican que “la Real Academia no hace políticas legislativas, sino que simplemente explica cómo hablan la mayoría de los hablantes” y así lo recoge en las normas. El pasado año se incorporaban al DRAE palabras como almóndiga, asín, albericoque, toballa (en desuso), abracadabrante, otubre o amigovio, pero se rechaza el uso generalizado de ministra, jueza o doctora.
No es la primera ocasión que el tema del lenguaje inclusivo se debate en la institución. La RAE dio una respuesta lingüística ortodoxa pero en el uso del lenguaje y en los cambios del lenguaje hay opciones políticas.
De hecho, existe una rama de la sociolingüística, la glotopolítica, que engloba todos los hechos de lenguaje en los que la acción de la sociedad reviste forma política. Para sus fundadores, Louis Guespin y Jean Baptiste Marcellesi, hay oposición entre lengua y habla; hay «diversas formas en que una sociedad actúa sobre el lenguaje, sea o no consciente de ello, como cuando se reprime un uso u otro o se decide convertir en objeto de evaluación la producción de un determinado tipo de texto».
Si traemos a colación la glotopolítica es porque hay que situar el lenguaje en un ámbito de acción colectiva y que el lenguaje mismo, en tanto que acción política, es un fenómeno ideológico-discursivo, es decir, una entidad dinámica en constante relación dialógica con el contexto.
No hace falta aquí recordar los usos políticos del lenguaje, de los que estamos viendo en los últimos años múltiples manifestaciones, sino recordar que la política del lenguaje es la política del lenguaje del poder y de los intentos de otros movimientos por abrirse paso.
Que el lenguaje nunca ha sido un instrumento baladí bien lo sabían ya George Orwell, Aldoux Huxley o Victor Klemperer, autor de ‘LTI. La lengua del Tercer Reich’, un libro imprescindible para entender cómo los nazis comenzaron a manipular el lenguaje como estrategia para imponer sus ideas. Y más recientemente y en terreno patrio quién no recuerda la generalización de oxímorons como “rescate bancario”, “indemnización en diferido”, o “amnistía fiscal”.
Con el lenguaje representamos, evocamos sujetos y objetos otorgándoles un estatus especial. El debate sobre el uso inclusivo de la lengua, está sirviendo para concienciar a los interlocutores de que hay referentes mujeres, de que el desdoblamiento -más allá de la economía del lenguaje o no- sirve para visibilizar, para representar mujeres, profesionales, o simplemente porque el interlocutor o interlocutora no se ve representado en la imagen de una palabra que el otro está dando.
El lenguaje es una bandera. Esto lo sabe bien la RAE que trabaja en colaboración con la Asociación de Academias de la Lengua Española, también abarca al de países latinoamericanos. Un uso inclusivo con un enorme potencial de cambio, en una lengua que hablan más de 500 millones de personas.
No sólo otras constituciones utilizan el desdoblamiento como la de México, o la Venezolana, en Bélgica o en Quebec, sino que la Organización Internacional del Trabajo publicó unas propuesta en enero de 2011, sobre lenguaje inclusivo en textos oficiales con el fin de promover la igualdad de género.
Hay que recordar también que la RAE no tiene afortunadamente el patrimonio de la lengua, que es sólo una organización civil (con importante desequilibrio de género -38 sillones hombres frente a 8 de mujeres-) y que nuestra constitución parece que sólo tuvo «Padres».
Pero además, el uso del lenguaje puede tener un fuerte componente ideológico, elitista, o social, amén de su contenido intelectual, neurolingüistico y emocional. También es un acto político de cada individuo, que sirve para enmarcar una realidad extralingüística y personal para alcanzar los fines comunicativos de cada usuario. El uso del lenguaje es un acto de libertad expresiva. Y cuanto más consciente se torna, más libertad otorga al individuo.
Es desde esta perspectiva también desde la que hay que enfocar el debate sobre el lenguaje inclusivo en nuestra lengua. Sin embargo, para la Academia, las palabras son “hechos estrictamente lingüísticos”
La denostación que ha sufrido la incorporación “oficial” del uso de vocablos con el género femenino, y algunos ataques furibundos pueden explicarse desde posiciones patriarcarles, elitistas, tan sospechosamente atávicas como poco consistentes porque revelan la falta de un acercamiento transversal a una realidad que necesita y debe ser abordada desde múltiples miradas.
Si ya nadie se sorprende cuando se dice “señoras y señores”, si podemos utilizar genéricos, nombres abstractos y epicenos; substituir el nombre por un pronombre; elidir el sujeto; utilizar perífrasis, hipérboles, y una infinidad de mecanismos lingüísticos, ¿por qué se niega el lenguaje inclusivo en base a la economía del lenguaje o a un mal concebido minimalismo lingüistico?
El lenguaje puede ser económico, como también puede ser hiperbólico, sintético, cómico, sobrio, críptico, o barroco.
¿Por qué se habla de economía y no de cambio social?
¿Por qué se invoca la economía y no las emociones?
Porque ocurre que el lenguaje es algo más. Construimos la realidad usando el lenguaje y el lenguaje a su vez, nos sirve para cambiar la realidad y nuestra forma de enfrentarnos a ella.
Muchos estudios científicos demuestran que los conceptos concretos son mucho más fáciles de aprender y recordar que los abstractos de ahí que el género femenino invisibilizado en el masculino genérico quede también invisible en la vida real.
Ojalá la lengua fuera remedio de la igualdad de derechos. No lo es. Pero sirve para construirla. Las lenguas estructuran las sociedades y la organización del poder.
La lengua no sólo refleja la realidad de una época sino que sirve para construir el futuro cercano… Pero sobre todo, apuntala, cimienta estructuras mentales y de pensamiento
El uso del lenguaje inclusivo sirve para visibilizar a la mujer, para su acceso al espacio público, para saber que hay más presidentas, que presidentes, para demandar más consejeras frente a consejeros, para solicitar igualdad salarial de las trabajadoras frente a los trabajadores por el mismo trabajo. Para que haya más mujeres informáticas, ingenieras o jugadoras de rugby.
Que una palabra evoca una imagen mental es algo que va de suyo. Que un doctor evoque a un galeno hombre equivale tanto como que una doctora nos remita a su imagen femenina. Y ambas tienen en cada contexto, un significado distinto porque el hablante construye su realidad, sus experiencias y el lenguaje es un poderoso constructor de futuros y de comportamientos.
Ese es el debate que hay que poner en el centro y los notarios de la lengua también deben dar fe de ello. Porque como remarcaba la Vicepresidenta Camen Calvo, el lenguaje inclusivo ha llegado para quedarse.