Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que es la “Carta Magna” que todos los países acordaron seguir el pasado Septiembre como hoja de ruta durante los próximos 15 años, la desigualdad, y su expresión máxima, la pobreza, está muy altas entre las prioridades de las metas a cumplir.
Y no es de extrañar. La realidad es que al tiempo que surgía y se desarrollaba la RSE como movimiento internacional, en los últimos veinte años, de 1998 hasta 2008, el 5% más rico de la población mundial se había embolsado el 45% del incremento mundial de renta, y las clases medias y trabajadoras en los países desarrollados veían sus renta estancadas o en franco retroceso.
El problema además se ha agudizado con la crisis, y esto, como ha puesto de manifiesto el último estudio de OXFAM, ha adquirido una relevancia especial en países como España. En nuestro país, la desigualdad se está dando con los tintes más extremos. En 2012, el 20% de la población más pudiente ganaba 7,2 veces la renta del 20% más humilde: y esto nos colocaba a la cabeza de la desigualdad en Europa, seguidos en tan triste ranking por Grecia, Letonia, Rumanía o Bulgaria.
Así es nuestra sociedad de contrastes sociales exagerados: mientras uno de cada cinco españoles vive por debajo del umbral de la pobreza, las SICAV acumulan más de 30.000 millones de euros y en un solo trimestre (el segundo trimestre de 2015) ganaron 1.314 millones de euros.
El problema de la nueva tendencia a la desigualdad es tan importante que está modificando, incluso el tipo de gráfica estadística con la que se le representa. Siempre hemos creído que todo tipo de población se distribuía de un modo normal, a través de una distribución en forma de campana, la “campana de Gauss”: con unos segmentos minoritarios de la población, equidistantes y similares, situados en las colas de ambos extremos y con la mayoría engordando la parte central de la campana. Últimamente se comienza a hablar de otras distribuciones estadísticas que describen mejor las desigualdades crecientes en las rentas: las llamadas distribuciones de “ley de potencias”. La distribución de las rentas en España se comienzan a parecer a estas últimas: una campana muy escorada hacia las rentas más pequeñas, pero con una larga cola que va cubriendo tramos importantes hacia las rentas más elevadas. El gráfico siguiente nos muestra esa distribución de las rentas españolas en 2010, y las desigualdades que expresa:
(pincha en la imagen para ampliar)
Esto tiene un significado muy preciso: la era de las distribuciones en forma de campana, que suponían una clase media abultada, se ha acabado y nos dirigimos hacia una distribución de las oportunidades económicas tipo “ley de potencias”.
Resumiendo: por varios motivos señalados aquí – porque, por un lado, la Responsabilidad Social de las empresas se va a medir en el futuro por el impacto que tenga en la consecución de los ODS, y por otro lado por la especial virulencia que el aumento de la desigualdad tiene en los países de la OCDE en general y de España, en particular, – es obligado preguntarse sobre cómo las empresas pueden contribuir a resolver el problema. Esta pregunta afecta de modo mayor a las empresas grandes, las que más poder despliegan en el mercado y a las que se les supone una capacidad de acción e impacto social mayor.
Sin embargo, la pregunta no ha sido respondida por ahora.
Probablemente habrá quien diga que la tendencia a la desigualdad tiene un carácter social general, y que poco pueden hacer las empresas para contribuir a resolverla. Ese planteamiento es una gran equivocación: contribuir o no a aliviar las desigualdades ha pasado a ser un elemento importante de la legitimidad, o de la “licencia para operar” de las empresas, sobre todo en países donde las desigualdades se han convertido en un problema central en la agenda pública.
En las líneas que siguen intentaré esbozar tres caminos que la empresa española debería transitar para colaborar en la construcción de una sociedad menos desigual.
1.- Primero, las desigualdades se alivian mediante la creación de empleo de calidad.
Los empleos decentes (con condiciones de contrato estables y con salarios decentes) son un elemento necesario para que la desigualdad no se extienda como un cáncer en la sociedad. Por el contrario, crear empleos precarios y extender el “precariado” solo conduce a una sociedad desigual donde se cumple aquello del “enriquecimiento que empobrece”. Cierto que las empresas solamente pueden crear empleo de calidad en la medida que la actividad económica repunte. Pero la economía española ya ha comenzado a crecer y, sin embargo, por el momento solamente un contrato de cada diez nuevos contratos es un contrato fijo…
Las empresas también pueden generar empleo de modo indirecto de múltiples maneras: mediante el apoyo (de formación, financiero) para que las PYMES de su entorno se consoliden y crezcan, y con ello creen empleo. O mediante el apoyo al emprendimiento de modo que surjan nuevas actividades económicas que generen empleo.
Esto, además de multiplicar el impacto en el desempleo, multiplicaría también la reputación de las empresas responsables. Es curioso que España, siendo un país con empresas tan avanzadas en RSE sea un páramo respecto a iniciativas colectivas de RSE. ¿Quizás este momento tan extremo podría ser muy apropiado para romper esa tendencia al avance en solitario?
2.- Segundo, las desigualdades se alivian cumpliendo con la fiscalidad, no eludiéndola
En la medida en que todos pagamos nuestros impuestos, en esa medida éstos pueden ser utilizados para redistribuir la renta y suavizar las desigualdades.
Esto lleva directamente a lo que llamo el “cuarto oscuro” de la RSE. El cuarto oscuro de la RSE, aquél al que aún no llega por lo general la luz de las prácticas transparentes tan consustanciales en teoría de la RSE, es la gestión financiera que se realiza en la empresa.
Es ahí donde se pueden localizar prácticas irresponsables de empresas que, por lo demás, en sus estrategias generales, en los productos o servicios que venden y en cómo hacen todo ello, son consideradas perfectamente responsables.
El máximo exponente de las prácticas ocultas son las prácticas de elusión fiscal y la desviación de ingresos a paraísos fiscales: todos sabemos que la elusión fiscal es perfectamente legal, pero ¿es aceptable y es legítima? Hay que decir claramente que no.
En un país en el que las desigualdades crecen, maniobrar para no pagar los impuestos debidos en el país es el acto perfecto de irresponsabilidad supina, que detrae fondos que irían directamente a aliviar las desigualdades. Sin embargo, diversas fuentes coinciden en que la mayoría de las grandes empresas españolas tienen operaciones en paraísos fiscales, y los datos apuntan a un crecimiento exponencial (del 2000%) en la inversión española en paraísos fiscales.
3.- Tercero, las desigualdades se alivian reduciendo la brecha existente en las remuneraciones en las empresas.
En los años 60 en los EEUU el pago a ejecutivos respecto a los trabajadores en la empresa no superaba el ratio 1:40. Hoy se sitúa por encima de un ratio de 1:300. En España en 2012, cuando el salario medio era de 22.700 euros, la paga de consejeros ejecutivos era de 2,9 millones anuales, un ratio de 1:126.
Es posible que la paga ejecutiva se haya elevado por la importancia que la más nimia decisión de un consejero ejecutivo puede tener en los mercados globales. Pero también se ha elevado por la creencia, que se ha demostrado falsa, de que lo importa para el éxito de una empresa es la maximización de su valor bursátil. Esa visión cortoplascista, – cuyo inventor, Jack Welsh, luego calificó como “la idea más tonta del mundo”-, sigue imperando en los Consejos de Administración.
Sus consecuencias, en la forma de pagas fuera de toda proporción, deslegitima, más que cualquier otra cosa, a las grandes empresas españolas, por mucho que avancen en otros terrenos de la RSE.
¿Por qué ocurre esto? Creo que tiene que ver con la globalización: la digitalización ha transformado los mercados en instantáneamente globales. En ellos el pago en la cumbre no se relaciona con el desempeño en términos absolutos, sino en términos relativos. Esto quiere decir que se paga a los que están en la cúspide no tanto por el valor añadido que ellos producen, por su productividad directa, sino porque una pequeña ventaja comparativa suya respecto a otros posibles candidatos se traduce en beneficios incalculables en los mercados globales. De ese modo, hemos visto surgir en nuestras sociedades a los “superstars”, – en campos tan dispares como los emprendedores de innovaciones tecnológicas de éxito, pero también en los campos del arte, la literatura, los deportes o la moda.
Las “stock options”, o el pago de directivos en acciones ligadas a dicha valoración, fue el primer elemento de los increíbles sueldos de grandes ejecutivos. Esto creó un nuevo mercado, en el que los grandes directivos se comenzaron a cotizar por cifras astronómicas. A partir de ahí, por emulación, los salarios directivos en general se han ido gradualmente despegando de su productividad y el resultado son los excesos que antes hemos señalado y que están contribuyendo muy poderosamente a la creación de sociedades más y más desiguales, donde el 20% prospera y el 80% se estanca.
En definitiva, hay problemas nuevos, que se estaban gestando en el pasado y que han pasado al centro del escenario en nuestros días. La desigualdad es uno de ellos. Y, ante esos nuevos problemas, la RSE debe salir de los caminos trillados y de las zonas de confort, para plantearse estos nuevos retos. De lo contrario, puede convertirse en una “bella durmiente”, irreprochablemente perfecta, pero que permanece dormida cuando la tempestad social arrecia ahí afuera.
Imagen. Flamming june, 1895, Lord Frederic Leighton