Primer artículo de la serie. Y después de esto ¿qué? El futuro del desarrollo sostenible y la responsabilidad social
Helena Ancos
3 de abril de 2020
Se dice que el coronavirus comenzó en un mercado de animales salvajes en la ciudad de Wuhan, China, el epicentro de la epidemia.
El VIH, el MERS, el SARS, el Zika, el Ébola, el Chikungunya o la gripe aviar, más del 70% de las enfermedades infecciones emergentes de los últimos cuarenta años han sido zoonosis, es decir, enfermedades infecciosas animales que se transmiten al ser humano. Con frecuencia, en estas zoonosis hay varias especies implicadas, con lo que cambios en la diversidad de animales y plantas afectan a las posibilidades de que el patógeno entre en contacto con el ser humano y lo infecte.
Estas enfermedades y otras muchas figuraban en la lista de enfermedades prioritarias, establecida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2018 donde aparecía una inquietante enfermedad X, una epidemia internacional debida a un patógeno entonces desconocido pero que sin duda aparecería o aparecerá.
En este catálogo de enfermedades infecciosas ha tenido que ver la injerencia por parte del ser humano en los lugares cada vez más remotos y en la destrucción de los hábitats naturales. Junto a ello, el movimiento continuo y masivo de personas, bienes y animales, que promueve la propagación de virus y puede provocar pandemias como la actual.
Según un informe reciente del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la irrupción del ser humano en la naturaleza se convierte en un «boomerang» que se vuelve contra la salud global. «El éxito no es vencer la pandemia, sino que no se produzca y para ello es necesario recuperar los ecosistemas y mantenerlos intactos» afirma el informe.
Esta crisis ha puesto de manifiesto, como ya lo hacia el cambio climático, el valor de protección que tiene la naturaleza. Y para proteger los ecosistemas necesitamos cambiar las estructuras económicas y sociales que depravan la naturaleza.
Según los especialistas, una de las soluciones pasaría en primer lugar por aumentar la biodiversidad porque la gran diversidad de especies lo que permite que los patógenos se diluyan en una multitud de huéspedes, o incluso se detengan, sin llegar a los humanos.
Este efecto protector de la biodiversidad por dilución fue planteado por Keesing y colaboradores en 2006 y demostrado unos años más tarde por Johnson y Thieltges. Hace más de quince años, se demostró también el efecto de amortiguamiento de la biodiversidad en el contagio de patógenos al ser humanos para el caso del virus del Nilo y la diversidad de aves.
Otra razón adicional para la protección de la biodiversidad es que el riesgo epidémico también es sensible al cambio climático, ya que la duración de las estaciones puede favorecer el desarrollo de una epidemia y su duración.
«La naturaleza nos está enviando un mensaje con la pandemia de coronavirus y la actual crisis climática «, afirmaba estos días Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, «Nuestra respuesta a largo plazo debe abordar la pérdida de hábitat y biodiversidad» , agregó.
Pero hay más razones. La función protectora de los ecosistemas se está debilitando con el cambio climático. Así, la pérdida de hielo y de suelos congelados es consecuencia del cambio climático y causa de más perdida de biodiversidad y de riesgos. Al fundirse los hielos, por ejemplo, liberan todo tipo de gases, muchos de ellos con un potente efecto invernadero. Además de gases, liberan virus: se han descubierto fragmentos de ARN del virus de la gripe española de 1918 en cadáveres enterrados en fosas comunes en la tundra de Alaska y se piensa que cepas virulentas de viruela y peste bubónica están también enterradas en Siberia.
Pero también es necesario cambiar el modelo productivo y social. Los tamaños y densidades de población elevados aumentan las tasas de transmisión. Además, las condiciones de hacinamiento deprimen la respuesta inmune.
Por su parte, los monocultivos, y las explotaciones ganaderas de alto rendimiento, se apuntan como combustibles para la evolución de la virulencia. Es muy conveniente introducir diversidad en las variedades de ganado y cultivos en una reestructuración estratégica, tanto a nivel de granja como regional.
Para Jamison Ervin, del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo “un buen comienzo sería comprometerse con inversiones masivas e inclusivas en agroforestería, agricultura regenerativa, restauración de manglares y más. Tales soluciones ayudan a detener nuestra crisis de biodiversidad, mitigar más de un tercio de los gases de efecto invernadero, prevenir desastres y amortiguar a las más de dos mil millones de personas en la pobreza que dependen directamente de la naturaleza para su sustento”.
Este experto apunta también a:
- la creación de una red de contención planetaria basada en la naturaleza a través del fortalecimiento de los eslabones más débiles en nuestros sistemas globales. Con un millón de especies en riesgo de extinción, incluidos los polinizadores, debemos reforzar los ecosistemas naturales como una red de contención planetaria para la humanidad.
- Finalmente, cree necesario un plan audaz e integral para la naturaleza, una suerte de Plan Marshall, para invertir en la protección, restauración y gestión sostenible de la naturaleza. “El borrador del marco de biodiversidad post-2020 no es lo suficientemente transformador como para cambiar la trayectoria de la pérdida de biodiversidad.“
Este año 2020 iba a ser el año de la Naturaleza, con varias convocatorias mundiales como la Cumbre de la ONU sobre la Naturaleza, el Congreso Mundial de la Conservación, y una Conferencia de la ONU sobre los Océanos y que culminarían en una conferencia mundial sobre biodiversidad que acordaría un ‘Marco de Biodiversidad Post-2020’.
La pandemia del Covid-19 ha pospuesto estos planes. Pero aprendamos de sus lecciones.