Helena Ancos
Directora de Ansari, Innovación Social y de Agora
Han circulado estos días varias tesis sobre el acaparamiento del papel higiénico y su explicación neuropsicológica. Para unos, la razón está en el llamado síndrome de FOMO (del inglés fear of missing out, o temor a perderse algo), donde ante una situación de miedo o incertidumbre, pensamos que si una persona está comprando papel higiénico, si mi vecino lo está comprando, tiene que haber una razón y yo también tengo que involucrarme. En China, por ejemplo, había una mayor necesidad de abastecerse de tela blanca por la creencia de que el papel higiénico se puede sustituir por pañuelos y servilletas y hacer máscaras improvisadas.
Otras tesis, las de los expertos en consumo, como el doctor Rohan Miller, apuntan a que la compra de este artículo es un reflejo de una sociedad y un estilo de vida donde imperan la comodidad y el bienestar.
En todo caso, en situaciones de incertidumbre, si no hay una norma social, o un mensaje claro, cuando la gente tiene miedo, nos comportamos de forma errática, irracional y la reacción es la misma que la que tienen otros, buscamos la misma vía de escape. En este caso, comprar nos hace sentir en una situación de control.
La metáfora del papel higiénico a propósito de la pandemia que estamos viviendo apunta a varias reflexiones.
- La primera, es que dijo Santiago Moreno, Jefe de enfermedades infecciosas del hospital Ramon y Cajal de Madrid “hemos pecado de exceso de confianza. Nadie pensaba en esto.” Cuando nos acomodamos en una determinada zona de confort, perdemos la perspectiva de nuestro entorno más cercano, nos volvemos acomodaticios, perdemos empatía, la capacidad de alerta y por ende, de resiliencia.
Volvemos ahora a ser conscientes de nuestra vulnerabilidad, pero afortunadamente también del ser que tenemos al lado, de nuestros vecinos y amigos y de las personas que más sufren.
Las organizaciones sufrirán también muchos virus y no necesariamente el COVID19, el SARS, o el Ebola. Los informes anuales del WEF sobre riesgos globales, el Global Risks Report, vienen insistiendo desde hace años en un endiablado mapa de riesgos al que nadie será inmune. Desde las migraciones climáticas, la pérdida de la biodiversidad, las crisis alimentarias, los ciberataques hasta pandemias como esta se nos antojaban tan lejanas que hemos tenido que visualizarla y ponerle nombre para que verdaderamente exista.
- En segundo lugar, en situaciones de incertidumbre es esencial un liderazgo efectivo, claro y comunicar bien el propósito, porque en muchas ocasiones, nuestro cerebro no responde a la realidad, sino al relato que se hace de ella. La declaración del Estado de alarma, no la fase uno, ni la dos de alerta sanitaria, ha sido la que con toda su crudeza ha servido para tomar conciencia de la amenaza que habitaba entre nosotros.
- En tercer lugar, la gestión de la incertidumbre es cada vez más el cometido de la RSC, por eso las organizaciones que se queden ancladas en acciones cosméticas, en la acción social, en los temas de moda (aunque necesarios) por la presión social, la competencia de otras organizaciones, o las meras exigencias legales, no serán capaces de dotarse de la resiliencia necesaria para superar un futuro distópico que tenemos cada vez más a la vuelta de la esquina.
- Cuarto. Se habla mucho de inteligencia colectiva pero todavía nos cuesta colaborar, especialmente en el seno de las organizaciones.
Las alianzas, la gestión del talento, y la capacidad de escucha serán herramientas necesarias. Es un tópico pero todavía no lo suficientemente explorado. Las organizaciones siguen basándose en liderazgos jerárquicos, no redárquicos y una consecuencia clara, la todavía imperante concepción de que la maximización del beneficio del accionista es la misión principal.
- Quinto. La RSC y el desarrollo sostenible no triunfarán hasta que no seamos conscientes del significado de lo colectivo y la asunción de responsabilidades individuales, el sentido de pertenencia a la colectividad y los impactos que sobre la comunidad tienen los ataques al medioambiente, a la igualdad, a los derechos sociales, a los logros de bienestar conseguidos durante siglos.
En la conciencia del mal común, se activa el sentido de la responsabilidad individual y sobre todo, la transcendencia de nuestras pequeñas acciones.
El pasado sábado en un articulo de El País, Javier Salas mencionaba un artículo del profesor Stephen Reicher titulado “¡No personalices, colectiviza!” donde exponía que cuando una amenaza se enmarca en términos grupales en lugar de individuales, la respuesta pública es más sólida y más efectiva.
El drama de los bienes comunes – como la naturaleza, la biodiversidad, los recursos naturales- ha venido determinado por falta de una educación troncal en nuestra sociedad para el respeto de estos bienes y un sentido de propiedad privada que ha contaminado y ha acabado mercantilizando los bienes más preciados que tenemos.
La gestión más efectiva de la sostenibilidad seguirá siendo a nivel local pero con dimensión global. Los españoles tenemos interiorizado el sentido de solidaridad y en esta crisis están emergiendo redes de apoyo muy emocionantes y efectivas.
Y tenemos que volver a los valores del respeto a la colectivo. La vuelta a la ecología, al desarrollo rural a una naturaleza sobreexplotada, a una vida urbana totalmente alienante en detrimento de la vida en el campo, de la vida en nuestros pueblos y zonas rurales, del amor al campo.
- Sexto. La confianza en los expertos, en los datos, en la ciencia se han revalorizado en esta crisis. Y deberíamos ser intransigentes con quienes se atrevan a cuestionarlos y a no contrastar informaciones no fiables.
Los objetivos de la Agenda 2030 siguen plenamente vigentes pero habrá que repensar una nueva forma de contrato social donde todos contemos, no como objetivos, sino como actores con voz. En este sentido, la arquitectura de la pasada COP25 con compartimentos estancos entre sociedad civil, empresas y gobiernos no debería volver a repetirse.
Esta peste, como diría Camus, está sacando cosas admirables del ser humano: una capacidad épica de sacrificio de muchos profesionales, de solidaridad y humanidad de muchas personas anónimas que se están articulando en redes sociales para contribuir como pueden y también el lado más humano de muchas empresas y pequeños empresarios que están reorganizando sus cadenas de producción y logística de forma inusitada.
La respuesta de los españoles está siendo ejemplar. Pero nos quedan desafíos inimaginables por delante. De nosotros depende que avancemos hacia una solidaridad o empoderamiento global o nos atrincheremos en la cueva de Platón. Y la hoja de ruta que nos marcaba el desarrollo sostenible está plenamente vigente. Solo así saldremos, pese al drama humano, reforzados.
Deja una respuesta