Es fácil hacer análisis a toro pasado, cuando se tiene la certeza de acertar en un porcentaje alto y sobre todo, cuando las expectativas se han visto rebajadas a la altura de las circunstancias.
Pero a riesgo de parecer superficial, si algo no se puede reprochar a la reciente campaña electoral y al resultado de las elecciones generales del 26J ha sido su asombrosa capacidad para que los amantes del cine, hayamos revivido en pocas secuencias, las mejores versiones del cine épico, de la ciencia ficción, del melodrama, de la comedia y hasta de la tragedia. Y porque permite cuestionarnos algunos de los fundamentos de la responsabilidad social y plantear una reflexión sobre el estado de nuestra responsabilidad individual.
Aunque ahora ya empezamos a saber que las encuestas no sirven para mucho, los datos demoscópicos nos decían que las principales preocupaciones de los ciudadanos situaban en los primeros puestos, a la corrupción y el fraude, el paro y los problemas económicos y los partidos políticos. Parecía claro que teníamos incentivos para movilizarnos en las urnas.
Hacía tiempo que la desafección ciudadana, había pasado al activismo del sofá y éste había tomado cuerpo en una recomposición de un tejido social y asociativo, la reinvención de una sociedad civil que empezaba a operar organizada en diversas causas, ya alejada de la cultura paternalista de las subvenciones. En un mundo paralelo, asistimos también a los primeros brotes verdes de la responsabilidad social corporativa, dejando atrás una acción social poco adaptada al nuevo papel reclamado a la empresa en la sociedad.
Y esta campaña nos ha dejado varias lecciones para la gestión empresarial. La primera, el liderazgo.
Liderazgo
Hemos asistido en la campaña electoral a Juegos de Tronos varios, que ponían en evidencia la prevalencia de intereses particulares frente al bien común que ha de guiar la acción política.
Es cierto que la tradicional alternancia de dos partidos y una democracia parlamentaria, con un acusado sesgo presidencialista, pone el foco en los líderes de los partidos, especialmente tras la incapacidad para formar gobierno en las primeras elecciones. Pero hemos visto candidatos, y menos líderes. En el camino, algunos se dejaron su esencia o no escucharon a los grupos de interés internos y externos. Acusaron vaivenes ideológicos, falta de misión y de visión. Una gestión más empresarial y responsable, y más inclusiva, alejada de personalismos, habría dado mejores resultados.
Tanto en la dirección de una gran empresa, como para mantener una posición de incumbente, o para combatir al oligopolio de los partidos hegemónicos, se necesitan buenas dosis de liderazgo y de innovación. Las posiciones de dominio crean inercias y fuerzas centrípetas (llámense miedos, Brexit, o incertidumbres) y no hay que bajar la guardia ni dar nada por hecho.
Después nos topamos con la ciencia ficción de las encuestas. Más allá de las metodologías usadas por las empresas de demoscopia, por el margen de error de los encuestadores, se impone otra reflexión sobre la volatilidad del voto, y la fidelidad a nuestras convicciones. Ganan los resilientes.
En la Responsabilidad Social Corporativa hay también un desfase enorme entre lo que decimos, lo que pensamos, y lo que verdaderamente hacemos. Y nuestras decisiones éticas terminan muchas veces cuando adoptamos decisiones de compra. Cuando el dinero sale de nuestro bolsillo, la ética sale también por la ventana. De ahí, que a pesar de las profecías muchas veces interesadas de las encuestas de consumo responsable, éste no termine de despegar; y sea necesario recurrir a la regulación de otros grupos de interés para avanzar en la RSC.
El pensar rápido, pensar despacio, los dos sistemas cerebrales de los que nos habló Kanneman están muy cortocircuitados y en democracia, o en todo ejercicio que implique responsabilidad, hace falta mucha pedagogía para conectarlos.
El quid de la Comunicación corporativa
Desde el punto de vista de la comunicación, del storytellling, han ganado los que han sido fieles a sí mismos, a su discurso, con sus excesos o sin ellos. Donde los electores han detectado incoherencia, falta de honestidad con una trayectoria personal, titubeos, o tacticismos, lo han penalizado.
Il Sorpasso y la Crónica de una supuesta muerte anunciada sirvieron para reforzar la gestión de los riesgos, y recordar que los déficits de gestión se cubren con supervisión y movilización de recursos. Nuevamente, cuenta la estrategia a largo plazo y no el cortoplacismo.
Y por último, la tragedia, o el sabor amargo de El Desencanto. Porque la gran derrotada de estas elecciones ha sido la lucha contra la corrupción.
La corrupción que justificaba la desafección política y la desconfianza institucional al afectar por igual a empresas, sindicatos, partidos políticos y otras instituciones del Estado, con la ciudadanía como víctima.
Las denuncias de corrupción, las investigaciones abiertas por el ministerio público o por los jueces de instrucción, o los proxies de medición de corrupción inundaron los medios y aumentaron nuestra sensibilidad hacia la corrupción. La lentitud de la justicia, la falta de proteccion de los denunciantes de corrupción, los indultos, pero sobre todo, las recompensas o los incentivos perversos, desde las puertas giratorias a los retiros dorados en instituciones internacionales, también hacían su parte.
Convendría preguntarse si el foco mediático en la corrupción ha llevado hasta límites intolerables nuestra sensibilidad, han creado un efecto eco, algo parecido a lo que pasa con la violencia de género. La corrupción parece haber acabado siendo esa vecina de al lado, molesta pero entrañable.
No hay democracia sin ciudadanía, nos decíamos, como tampoco hay Rsc sin ciudadanos responsables. Los partidos políticos se han propuesto un examen de conciencia, pero nosotros también tenemos deberes.
Tal vez la posmodernidad en política sea eso. Un individualismo llevado hasta el punto de que no nos interesen tanto los programas o un ideario como lo que refleja un candidato.
Por eso independientemente de nuestro color político, la nueva política es narcisista y nos quedamos en la imagen del espejo, la reflejada en el agua del lago. Y los expertos en comunicación política lo alimentan con mayor o menor acierto. Tal vez por eso, somos condescendientes con los errores de los candidatos, con sus pecados, siempre que sean ellos mismos. Y toleramos que sean corruptos, soberbios, presumidos, o planos, pero ellos.
La responsabilidad como ejercicio de ética nos enfrenta a nuestras convicciones pero necesita un espacio colectivo de aprendizaje y en ocasiones una zona de pánico.
El resultado del 26J devuelve ahora la pelota, por pura aritmética, al tejado del sentido de Estado, de la responsabilidad conjunta de nuestros líderes. Pero queda el debate de hasta dónde llega nuestra responsabilidad individual y de cuánto estamos dispuestos a pagar por ella.